Algo estamos haciendo mal, cuando nos pasan la miel por delante de la boca y no sabemos degustarla. Ocurre en muchos órdenes de la vida. También en un deporte como el fútbol que, a lo que parece, nosotros jugamos más con los pies que con la cabeza.

Veo en la prensa que el Zamora se desangra en lo deportivo y en lo económico. Reconduce el rumbo, a trancas y barrancas, en lo primero y va directo al despeñadero en lo segundo. Es una lástima que transite por la cuerda floja, cuando hay sitios, como Sanabria, que podían haberle echado un cable.

La prensa deportiva nacional se hacía eco, estos días, del enfrentamiento que dos chavalines sanabreses iban a tener el pasado domingo en los terrenos de juego. Uno era del Atlético de Madrid chico. El otro, del Real Madrid pequeño. Son dos joyas, dos diamantes en bruto que se pulen en las canteras de dos de los mejores equipos de España. Y, ¿por qué no, aquí?

Fer, (Fernando López), la joya colchonera, es mi ídolo, mi debilidad, la niña de mis ojos, una realidad que calza botas de seda y tiene amueblada la cabeza con neuronas de El Corte Inglés. El otro, Luis Hernández, un torbellino, un tanque con balas de plata en la recámara.

Estos dos genios de la pelota veraneaban en las pistas deportivas de El Puente, con un biberón en la mano, y el cuero entre ceja y ceja. Cómo es posible que nadie de aquí los viera, cuando todos quedaban con la boca abierta cuando pateaban la gominola.

Una cantera con diamantes en Sanabria, quién lo diría. Esos jóvenes emigraron, como si fuera el sino en nuestra provincia. Y no porque no tuvieran trabajo, sino porque no supimos dárselo. No es que el Zamora hubiera sido la empresa de sus sueños, principio y fin de sus aspiraciones deportivas, pero podía haber sido un pasar.

No sé si Zamora tiene ojeadores, pero si los tiene, ven menos que un gato de escayola. Y si no, que los ponga. Hay extraordinarios futbolistas que han salido del equipo zamorano que seguro que, de forma altruista, estarían dispuestos a pasarse unos días en Sanabria, echando un vistazo a estos cientos de jóvenes que compiten por un puñado de emociones.

Todo el verano las pistas llenas de niños y nosotros sin verlos. Qué gran tragedia para nuestro deporte. ¿Se imaginan ustedes que mi queridísimo y admirado Fer y el extraordinario Luis, hubieran recalado aquí? Ahora tendríamos la situación deportiva resuelta y la económica camino de salir de la senda de los números rojos.

Un canterano, si sale para adelante, es la solución a muchos equipos. También los grandes. Véase el Santander, con ese microorganismo con cabeza de balón, que es Canales. Se enfundó dinero como para llenar los bancos de Zamora. Y nosotros, aquí, a la vuelta de la esquina, en Sanabria, teníamos a dos.

Vamos, que hemos visto pasar ante nosotros, como si fueran de vulgar cristal, dos figuras del Lladró más puro, un huevo con dos yemas, que ahora adornan las mesas de los merengues y colchoneros. ¡Porca miseria!

En el caso de Fer, su habilidad le venía con los genes. No con los de su padre, que para el fútbol era un tarugo con botas. Tampoco de su abuelo Víctor, que siendo un grandioso defensa, no era un fino estilista, como su nieto. A Fer la genética le hizo un regalo maravilloso por la vía de un tío suyo, Abelardo, que era capaz de regatear a su sombra. Y de un primo, que a pesar de los frailes, hizo sus pinitos en el prado. Eso sí. En el que pastaban las vacas.

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