Es natural que el que prueba el poder no quiera soltarlo. En otros tiempos se atribuía ese afán de seguir -humano, sin duda- a vocación política que se traducía en voluntad de servir al pueblo; ahora, debido al deterioro del oficio, la cosa no parece tan clara.

Sin embargo, es probable que nunca fuera imprescindible la vocación para gobernar; no faltan en la Historia ejemplos de reyes que ejercieron su oficio sin apetencias de mando ni placer en ejercerlo. Hace unos días se me ocurrió escribir que el presidente Arias Navarro carecía de notoria vocación política; entonces, me arguye un lector, ¿cómo pudo aceptar tantos puestos? Eso únicamente él podría decirlo. Yo he llegado a esa personal opinión sobre su vocación por la política, considerando unas premisas que considero significativas. Veamos:

Carlos Arias termina el Bachillerato a los 14 años; antes de cumplir los 18, es licenciado en Derecho; hace el Doctorado y se presenta a unas oposiciones de técnicos en Justicia que gana con el número uno. Es destinado a la Dirección General de Registros y el Notariado donde trabaja a las órdenes de don Manuel Azaña. Un día redacta un informe sobre el pasaporte español y los sefardíes; es felicitado por el jefe que lo tienta: ¿no le interesa la política?, porque yo podría introducirlo en mi partido. Arias agradece la atención, pero no le interesa la política. Extrañado, Azaña le pregunta si no tiene ambición, a lo que contesta que se ha propuesto llegar a notario de Madrid. Se queda con la copla don Manuel; años después, como ministro de la Guerra ofrece una recepción en el Palacio de Buenavista; los funcionarios que estuvieron a sus órdenes en Registros y el notario, acuden a dar la cabezadita al jefe; al pasar Arias, el ministro le hace un gesto para que se acerque y le espeta: ¿Sigue creyendo que la notaría de Madrid es lo más importante? Azorado, Carlos Arias contestó: Sí, don Manuel. Esta relación meramente episódica entre el funcionario y su jefe era recordada con cierta reticencia a lo largo de años de los años franquistas. Por ejemplo, el ministro Alonso Vega decía que Arias era un buen director, pero «es lástima que sea algo republicano». Hay anécdotas de parecido jaez más sorprendentes. La suspicacia en política es propensa a atar cabos; Arias que había formado en la cuadrilla infantil que contaba con Cipriano Rivas Cherif, fue en la Universidad alumno distinguido del profesor Julián Besteiro.

Segunda premisa. Arias Navarro ejerce de notario en una ciudad andaluza. Es citado en le Secretaría General del Movimiento, por Sancho Dávila el cual le ofrece un gobierno civil: Arias no acepta porque está muy contento en su notaria. Dávila le advierte que ellos no marcan con el amarillo como los nazis a los judíos, pero no olvidan a los desagradecidos. Arias salió dando un portazo que sorprendió al ministro Arrese, su amigo que en ese momento pasaba por allí, lo metió en su despacho y logró convencerlo. Gobernador de León, fue sometido a una inspección por los servicios de Información de Secretaría General; pero es otra historia ciertamente sabrosa que hoy no hace al caso. Otras premisas que podrían abonar la teoría de la escasa vocación política de Arias podrían ser sus sonoros cabreos y las dimisiones inesperadas, no, la exigida.

En resumen: la vocación política no es absolutamente necesaria.