Para los buenos aficionados que sienten y disfrutan del flamenco más allá de su música, poder conocer y escuchar a personalidades de la talla de Romualdo Molina, Alfonso Eduardo Pérez Orozco, Félix Grande, Manuel Martín, Pepe Marín, José Luis Ortiz Nuevo, Kyoto Shikaze, Antonio Parra, Paco Sánchez, Ildefonso Vergara, Alberto García Reyes, entre otros, es muy de agradecer. Dicho de otra forma, la presencia de investigadores, periodistas, escritores, cronistas, promotores desde la más desprendida afición, en definitiva flamencólogos entendiendo el término en su acepción más amplia, resulta fundamental para acercarnos a este intricado mundo de lo jondo. Cierto es que faltan en la nómina otros grandes entre los grandes como pueden ser José Blas Vega --quien nos hace el honor de estar todos los años entre nosotros en el Festival de Morales del Vino-, Luis Soler, Manuel Ríos Ruiz, José María Velásquez Gaztelu, Ramón Soler o Federico Vázquez.

El que nos visita hoy también forma parte de ese póquer de ases imprescindible en esta ya clásica cita de la entidad de ahorro. Manuel Bohórquez -periodista y columnista de «El Correo de Andalucía»- está en posesión de una afilada y certera pluma siempre dispuesta para la disección más precisa y más puntual en el entorno del flamenco. Sus excelentes habilidades críticas no eclipsan en absoluto la labor difusora, como se demuestra diariamente en su blog «La Gazapera», o su rigor en el manejo de las fuentes cuando de investigación se trata. Entre sus diversos libros caben destacarse: «La Niña de los Peines en la casa de los Pavón», «Tomás Pavón, el Príncipe de la Alameda», «Manuel Gerena. La voz prohibida», y «El cartel maldito. Vida y muerte de El Canario de Álora». Galardonado recientemente con el Premio Nacional de Flamenco en las modalidades de investigación y crítica por la Cátedra de Flamencología - idéntico premio, aunque en distinta modalidad, que el recibido por la zamorana Peña Amigos del Cante en 1978-. Una presencia que por sí misma deberá congregar a numerosos aficionados en el salón de actos.

Además nos queda la parte artística que también tiene su miga. Virginia Gámez, precoz cantaora malagueña con un profundo conocimiento musical de los cantes, una buena voz, especialmente dotada para los cantes libres y una buena puesta en escena, representa el segundo aliciente de la noche.

El guitarrista Rubén Levaniegos, a sus veintiocho años es un firme candidato a la maestría en el acompañamiento. Ya lo hemos tenido en este mismo escenario dejando una excelente impresión, por lo que escucharlo de nuevo nos aportará -además del disfrute- la constatación de su crecimiento artístico.