El pasado 27 de agosto, los representantes de los países asistentes a la Conferencia Mundial de la Juventud aprobaron la Declaración de Guanajuato. Eso sí, después de bastantes contratiempos y polémicas. Algunos asistentes se quejaron de la nula trasparencia con la que se había cocinado el documento y se apresuraron a emitir sus reservas.

Entre las recomendaciones aprobadas en la Declaración de Guanajuato están las siguientes: «Establecer políticas públicas que garanticen el acceso de las personas jóvenes a la salud sin discriminación e incrementar la calidad y cobertura de los servicios de salud y servicios de atención a la salud, incluidos aquellos para la sexualidad y salud reproductiva, reducir la mortalidad y la morbilidad maternas, e impulsar la prevención, atención, tratamiento y asesoría para las personas jóvenes con el fin de detener y revertir la diseminación del VIH y el sida, las enfermedades de transmisión sexual, tuberculosis, malaria y otras enfermedades; incluidas las enfermedades no contagiosas».

Pero no nos engañemos, en el lenguaje eufemístico al que nos tienen acostumbrados los organismos internacionales, salud sexual y reproductiva es tanto como promoción indiscriminada de aborto y anticonceptivos. Asimismo, prevención de VIH y de ITS es la manera de promover el uso del preservativo desde la más tierna edad.

Hay otra recomendación que no tiene desperdicio:

«Desarrollar o fortalecer leyes, políticas y programas con un enfoque holístico que aborde, prevenga y erradique todas las formas de discriminación y violencia contra las mujeres jóvenes y las niñas, particularmente por razones de género». Esto puede desembocar claramente en la promoción del relativismo, como elemento configurador de la convivencia humana. No terminan ahí las ambigüedades. La Declaración comienza con la «necesidad de desarrollar políticas que apoyen a la familia, contribuyan a su estabilidad y tome en cuenta su pluralidad de formas». O lo que es lo mismo, hablar de distintos modelos de familia, es decir abrir la puerta para que las uniones afectivas de dos personas del mismo sexo sean reconocidas como familia, aunque de hecho no lo sean.

La Declaración de Guanajuato finalmente aprobada queda algo alejada de la Declaración inicialmente presentada por las ONG, con un enfoque mucho más radical, pero que no se corresponde con la realidad de los jóvenes. De hecho, ha habido una contra-Declaración a la ONU y al Mundo, lanzada por la Alianza Internacional de la Juventud, a favor de la vida y de la familia.

Esta contradeclaración tiene por objeto demostrar a la ONU y al mundo que la juventud radical no habla en nombre de la mayoría de los jóvenes.

Gira en tomo a ocho principios, entre los que se encuentran los siguientes: «Los jóvenes son seres relacionales formados en la familia», «Los padres son los principales educadores de los jóvenes», «Los derechos de los jóvenes están basados en sus capacidades en desarrollo», «Debe respetarse una interpretación adecuada de la sexualidad y de las relaciones saludables».

Este manifiesto equilibra de forma clara, sin ambigüedades, los derechos de la juventud con sus padres. Es este equilibrio y armonía lo que la distingue principalmente de otras declaraciones, y que merece la pena que la ONU se detuviera en ello en las deliberaciones que acaba de realizar.