La semana comenzó con una gota de esperanza. La despedida tributada a José Antonio Labordeta hizo concebir, por un par de días, que no todo estaba perdido: cientos de personas reivindicando como propios los valores morales y éticos que defendió este militante de lo auténtico, cuyo único exabrupto conocido, una gracieta explotada hasta la saciedad por medios oportunistas, se debió a ese cansancio generalizado que arrastramos todos.

Tan cansados estamos, que la penúltima encuesta conocida sitúa a Belén Esteban como tercera fuerza política en el parlamento del imaginario común. Belén Esteban es otro exabrupto. La encarnación del deseo de millones de marujas y marujos que ven en la ex de Jesulín el instrumento de su venganza personal contra el tedioso patio por el que circulan siempre los mismos personajes, los mismos mensajes. Lo verdaderamente sorprendente es que los señores Zapatero y Rajoy se sitúen aún por arriba en esas cortes de falsete con sus mensajes aburridos a fuerza de repetidos y, sobre todo, ineficaces y lejanos.

Los políticos nos cuentan lo que les parece y lo peor es que muchas veces los periodistas nos prestamos a ejercer de altavoces sin plantearnos réplica alguna. No hace falta ser Obama para desatender a la prensa. La última vez que el presidente de Gobierno estuvo en Zamora, los periodistas tuvimos que consensuar las preguntas a razón de: dos para los medios zamoranos, otras dos para los nacionales y un par de ellas para los representantes de la prensa lusa. Por supuesto, previamente tuvimos que dar a conocer sobre qué íbamos a preguntar, no vaya a ser que se evidenciara que Zapatero era, en aquel momento, tan consciente de estar en Zamora como en Albacete.

El presidente de la Junta, Juan Vicente Herrera, ha sofisticado el método y, simplemente, no contesta. Alguna vez he tratado de recordar, con otros compañeros, cuándo fue la última vez que Juan Vicente Herrera se enfrentó a un micrófono para hablar sobre algo más que lo recogido en el guión que le preparan, pero nos hacemos mayores y la memoria nos falla. También nos fallan otras cosas, porque después de dejarnos con la pregunta en la boca, este y aquel presidente se bajan del estrado con una sonrisa en los labios, nos dan la consabida palmadita en la espalda para que sintamos que formamos parte del cotarro y guardamos el aguijón con una risita bobalicona. Qué majos y qué cercanos que se vienen a saludarnos como si perteneciéramos todos a la misma casta.

Al menos la Esteban no disimula su esperpento. Debe ser por eso que la clase media, una especie en extinción, ha recurrido a ella como puente hacia un mundo que, como en la Ilustración, emana del pueblo pero sin el pueblo. Dudo, sin embargo, que en el XVIII, la mediocridad fuera tan evidente.