Se han apagado ya las luces de la parroquia de San Juan del Mercado para dejar paso a la siguiente misa, la de las ocho en punto, a la que te hubiéramos acompañado con la fe resuelta en el final de un día como otro cualquiera si no fuera porque hoy 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Cruz, nos has dicho hasta luego para irte al reino de los elegidos, de los santos y del Padre.

Tus nietos hemos querido que la memoria no se pierda en un comentario cariñoso de velatorio y escribimos estas líneas para que el recuerdo permanezca indemne, porque los historiadores, investigadores inquietos del pasado y del presente, sois así y se debe velar por vuestra evocación futura.

Alfonso Llamas fue un servidor de lo público y un benaventano de ley. Perfumaba sus sienes con la colonia del año de su nacimiento, 1916. Vivió una guerra y una postguerra liderando a la juventud benaventana de la época desde sus profundas convicciones religiosas amaestradas en el Seminario de Astorga. Como responsable público desde la jefatura de sindicatos ejerció, con encomiable acierto y capacidad de entendimiento, una misión que trascendió de lo público para centrarse en la persona, su dignidad y su justicia social. Peleó con elegancia por los derechos de los trabajadores humildes de esta tierra y aseguró el pan de sus familias y el futuro educativo de sus hijos sin entender de homenajes ni agradecimientos.

Su labor admisnistrativo-política le llevó, sin reparos ni proteccionismos, a reprender y multar a empresarios y comerciantes que, ajenos al orden normal de las cosas, no daban de alta a sus trabajadores o no sufragaban sus bajas y despidos. Arregló papeles y permisos, asesoró desde el compromiso y cerró su oficina por devoción y no por causas horarias o de apetito. Medalla de la Orden de Cisneros al Mérito Sindical, entre otras condecoraciones, huyó de protagonismos falsos y de imposiciones, negándose por escrito al Gobernador Civil a aceptar la alcaldía de la villa en momentos de fuerte convulsión política por gestiones equivocadas y erróneas y señalando las causas y soluciones pertinentes puesto que su sentido de la responsabilidad era más alto al del amor por sí mismo.

Impulsor de numerosos aciertos como el de la Universidad Laboral de Zamora, combatió por la igualdad y el desarrollo de nuestra tierra como una tierra de progreso y de prosperidad creyendo y defendiendo a sus gentes, inasequible al desaliento e impasible ante los localismos provincianos con vocación de universalidad y entendimiento. Supo hacer la transición al nuevo orden impulsando la economía de los años 70 como emprendedor y empresario amante de la cultura y el conocimiento, promoviendo y liderando ambos desde aquel sueño que hoy continúa y lleva tu nombre y tu impronta, «Librería Alfonso». Si por ti hubiera sido, abuelo, no hubiera sido negocio, sino biblioteca y lugar de encuentro, pero tu generosidad, amabilidad y cariño siguen prendiendo de las estanterías de tu casa.

Benavente fue su lucha y su meta, decidió preservar su patrimonio desde el Centro de Estudios Benaventanos «Ledo del Pozo» del que fue socio fundador y además dotó a los cronistas del ayer y del hoy de la memoria certera del tiempo en aquel libro sin editar, «Benavente, nombres propios», que es la mayor colección de biografías y datos de los personajes y los paisanos de la villa de los condes de todo el siglo XX.

Aquí termina esta breve reseña, abuelo, la mitad de la mitad de la mitad de lo que te mereces como hombre, porque como esposo, padre y abuelo te mereces mucho, muchísimo más. Tu ironía pasiva, tus canciones de paseo por Santa Clara, tu forma de ser, tu anarquía, tu orden, tu afecto, tus poemas, tu forma de querernos y tu capacidad de comprensión ante los problemas y los errores que cometíamos en nuestro recorrido vital son y serán nuestro pequeño e íntimo patrimonio personal y humano. Nos enseñaste a rezar, a hablar, a convivir, a respetar y a sufrir con esperanza y fe en Dios. Estamos fatal, destrozados y muy tristes pero sabemos que estás fenomenal con José Eulogio, intercambiando pareceres con tu yerno Vicente, tus camaradas, tus hermanos, tus padres y tus amigos y con Dios Nuestro Señor que te llamó el día sagrado del amor a la Cruz porque eras irrepetible y te quería con Él, que ya habías dado mucho la vara. Sigue dándola, por favor, eres el mejor. Gracias por todo abuelo, nunca te olvidaremos.