En una pieza tan soporífera como dilatada -la concreción no fue jamás un valor del periodismo alemán- se atisban los síntomas del desastre gubernamental en las chaquetas de cuero que visten las miembros del gabinete, mientras su jefe se refugia en los vaqueros marca Boss. La astracanada periodística corre a cargo de una intachable cabecera de derecha gótica que simboliza las virtudes de la prensa germana, por no hablar de su absoluta falta de sentido del humor. Si no fuera tan aburrida, su pieza encajaría a la perfección en La Noria.

El Frankfurter no omite el detritus ideológico. En un análisis hegeliano, la inclusión de nueve ministras en el Gobierno solo sirve para otorgarle «colorido», y para transformar los consejos de ministros en paradas de «etiquetas de diseñadores caros». Curiosa interpretación de la igualdad, en un reportaje tan ausente de documentación que omite el lance que lo justificaría, el posado masivo de las integrantes del gabinete en la revista Vogue. Frente al socialismo pavoneante, «los conservadores españoles son un desastre de la moda», donde la descalificación emboza un prurito de austeridad masculina que a ojos del rotativo alemán debe garantizar una gestión ejemplar. Así, el obsequio a Camps se ciñe a «un par de trajes baratos».

El reportaje del Frankfurter parece traspapelado del Bild Zeitung, aunque las piezas del segundo son más amenas. La exquisita falta de recursos en un texto caudaloso conduce a la divagación. Cuando ha exprimido la «metamorfosis» de las «fashionistas socialistas», se ensaña con el atuendo -gótico como la cabecera- de las hijas de Zapatero en Washington. Vestían «como si fueran a una fiesta de Halloween», el rotativo no aclara si esa indumentaria las incapacita para formar parte del Gobierno de su padre, aunque la seriedad del medio obliga a concluir que la fotografía familiar explica de alguna manera el diferencial con el bono alemán.

Para confirmar que se trata de un ajuste de cuentas contra la insolente supervivencia de un Gobierno de izquierdas en la Europa de Merkel, el Frankfurter se vuelca en el mismo texto con la operación de ojos de José Blanco, «con el oftalmólogo de la jet set». Esa mejoría de la agudeza visual del titular de Fomento debe explicarse como una maniobra lúbrica para disfrutar del colorido de las «fashionistas». En todo caso, también aquí se cierne la amenaza de la corrupción. El reportaje ingresa en el surrealismo, donde no dispensa a Duran Lleida y se censura sin nombrarlo a Iñaki Anasagasti, por lucir «un cabello a lo Fumanchú». Si la prensa seria alemana no recurre a Goethe o Thomas Mann para sus metáforas, la degradación europea es irreversible.

Una vez que los alemanes han dejado de tomarse en serio -Bibiana Aido es «la señora "papá soy ministra"» para el Frankfurter-, los españoles tampoco debieran azogarse cada vez que un periódico extranjero falto de imaginación juega al tarot con una serie de fotografías de ministras, porque Cristina Garmendia es acusada de un atuendo «completamente veraniego». De no haberse centrado en el «Glamour-Faktor», el periódico alemán habría reparado en que el drama del gobierno de Zapatero no deriva de la polarización de la atención en el vestuario de sus ministras, sino de su nulo grado de conocimiento entre la población, según el CIS que ha decapitado Fernández de la Vega. Difícilmente puede haber escándalo con políticas que, más de dos años después de su acceso a un ministerio, no son conocidas ni por la mitad de los ciudadanos, sin entrar en su pésima valoración.

El Frankfurter ha descubierto que Trinidad Jiménez deberá rebajar la calidad de las prendas que adquiere en «la milla de oro de Madrid, la calle Serrano», si aspira a derrotar a Tomás Gómez. Para equilibrar su disparate, el rotativo alemán destaca el posado «en plan vampiresa» de Soraya Sáenz de Santamaría. En cuanto a Rajoy, «parece extraído de una película de Fellini». No es una comparación elogiosa, pero al menos no se ha recurrido a un personaje del cómic para retratar al líder de la oposición. Con su torpeza, el diario alemán demuestra que se necesita una cierta clase para imitar el periodismo de Murdoch. Verbigracia, léase el nutritivo y reciente «Los edificios zombis de España» en el Wall Street Journal.