Normalmente la misión del que se decide a escribir es plantear los temas, ponerlos a la luz para que el público o las personas encargadas de estudiarlos o analizarlos se apresten a la tarea. Ni puede hacer más el que esgrime su frase o expone su voz para que se tome una idea o para que se haga justicia, según los casos. El simple escritor no puede pasar de ahí porque no tiene más recursos que los que pone a la vista en beneficio de unas causas que deben buscar el bien general.

Se da el aldabonazo en la puerta de la ceguera institucional, de la indolencia o del olvido. Lo interesante es hacer todo lo posible para que sus posibles lectores estén o queden alerta. Si uno solo, o dos, o diez, de los lectores piensan un poco en lo que se les expone se habrá conseguido el objetivo primordial. Casi siempre la mayor parte de lo que se dice cae en tierra yerma, en el desierto: hay otras preocupaciones íntimas más imperiosas habitualmente, pero despertar la amodorrada conciencia colectiva es un deber ineludible.

El desánimo y el pesimismo son plantas funestas que crecen deprisa y no hay que abonar mucho y además consiguen prender enseguida en las gentes buenas de la calle, gentes sencillas que se manejan con arreglo a sus móviles de conveniencia y secretos intereses.

Para llevar a cabo estas tareas hay que actuar usando la claridad y la sinceridad como instrumentos. A algunos no les interesa o no les gusta algo de lo que se expresa; a otros les pasa desapercibido; y a otros, sin embargo, les anima, les aclara, les incita a pensamientos y obras nuevas. Sólo con estos basta casi siempre. A veces preguntan unos cuáles serían las soluciones para los temas planteados o suscitados. En otra ocasión se puede ofrecer opinión o respuesta. Shakespeare lo representa casi a la perfección cuando en su «Julio César» el personaje Casio le dice a Bruto: «Nuestras faltas no están en las estrellas sino en nosotros mismos».

¿Por qué hay que mirar hacia atrás o hacia arriba? Donde casi siempre debería mirarse es en nuestro interior que es donde no queremos ver, por debilidad o por cobardía, las cosas que están ocurriendo a nuestro alrededor para no tener que enfrentarnos a ellas. Y así nos va…

Rectificar no solamente es de sabios sino de personas conscientes y normales, personas sencillas, de las de andar por casa, personas «corrientes y molientes» que tienen sus cosas buenas y sus cosas malas.

La única solución viable conjunta, seria y fundamental para los fallos de nuestra sociedad actual está en el deseo y voluntad de que cada uno quiera y sepa cumplir bien con su deber desde donde le toca estar. Cuando todos queramos cumplir con lo asignado encontraremos casi con seguridad que la solución reside en nosotros mismos. Y veremos que no necesitamos que «nos la den hecha».