La imagen muestra también su estrechez, la vegetación que cubre sus orillas y una señal de tráfico que por aconsejar no circular a más de sesenta kilómetros añade a la información un punto surrealista. El mal estado de una carretera nada tiene de extraordinario en una red, la provincial, con algo más de mil quinientos kilómetros, cuyo mantenimiento, si no vuelven los años de bonanza económica, será de día en día más problemático. Pero sería engañoso quedarse en la anécdota por más que la Diputación no atienda con la diligencia deseable las reclamaciones de sus escasos usuarios, pues no sólo es un problema de recursos, sino de mayor calado, habida cuenta que casi todos los municipios y pedanías de la Carballeda, al igual que otros muchos de Alba y Aliste, Sayago y Sanabria, hace tiempo que agotan las últimas fases de un proceso sin retorno que culminará, en pocas décadas, con su desaparición. Y para ello no hay remedio, por más que se apele al optimismo bobalicón que quiere ver en las pocas mejoras de sus servicios una eficaz medida orientada a «fijar población». Los últimos datos del censo -los de 2009- que el INE ofrece en su página web hablan por sí solos; si estos no mienten Carbajalinos tenía hace un año veintisiete habitantes, Monterrubio ocho, Villarejo de la Sierra cincuenta, compartiendo otros lugares de la comarca cifras similares: Rionegrito (19), Gramedo (28), Gusándanos (2), Letrillas (3), Doney (67), Santiago de la Requejada (68) y Escuredo (21), si bien aquí, como ya publicase este periódico, nadie queda en invierno, circunstancia que presumo afecta, en mayor o menor medida, al resto. No obstante, su despoblación con ser un fenómeno agravado en la última década que ha conocido la pérdida de la mitad de sus efectivos, viene de atrás, ya que siempre fueron núcleos escasamente poblados, consecuencia del modelo de colonización que aquí se impuso en época repobladora. Ese modelo ha estado secularmente unido a una economía de subsistencia, es decir, de escasos excedentes, y que no ha conocido alternativa productiva alguna. Aquí sencillamente la «agricultura y ganadería pobremente ejercida», lejos de transformarse, se abandonó. Pero, sin que sirva de consuelo, el problema no es sólo nuestro, toda vez que lo es también de muchos pueblos de esta Castilla, «ayer dominadora», y hoy resignada a ser espacio atrasado y demográficamente explotado. Pretender corregir ahora esto -incluso con el espejismo de la coyuntural llegada de inmigrantes- es sencillamente imposible. Y no es el discurso del determinismo pesimista que achaca todos los males a los que nos gobiernan, porque nadie tiene para ello soluciones. Por eso el estado de conservación de una carretera provincial no es más que un síntoma y un símbolo de lo que está por venir, que en nuestro caso no es la puntual huella que pueda dejar la actual crisis, sino el ser o no ser. La sangría demográfica que no cesa, ante la indolencia de nuestras administraciones, es también la causa de nuestro nulo peso político en el conjunto del Estado. De manera que en un futuro no muy lejano nadie podrá garantizar el mantenimiento de los servicios e infraestructuras de un espacio de algo más de diez mil kilómetros cuadrados, de año en año menos habitado. Al final habrá que dar la razón a los profetas del catastrofismo que vaticinan un sombrío futuro para nuestra provincia que va camino de convertirse en un coto privado de caza. El tiempo, si es que vivimos para verlo, lo dirá. De momento habrá que acostumbrarse a seguir tirando, y pedir que la cosa no vaya a peor, pues si la economía pasa a ser, como predice el profesor Santiago Niño Becerra, la ciencia que administrará la escasez, posiblemente el ser pocos y nada reivindicativos nos ancle definitivamente al pasado. Tocan a vísperas aunque nadie quiera reconocerlo.