El sábado pasado despegamos de Charleroi (Bruselas) entre claros y nubes, con una agradable temperatura de 16º, en el avión que me devuelve, vía Valladolid, a Benavente. Tomamos tierra en el aeropuerto de Villanubla cuando el Sol se iba ocultando y la tarde se transformaba, pausadamente, de espectacular atardecer en noche; en tanto, la Luna, en cuarto creciente, oteaba, desde su situación de privilegio, el comienzo de la anochecida, pero en un ambiente agradable que me impulsa a estar en mangas de camisa. Recojo mi coche familiar del aparcamiento y, ya en carretera, mientras recorro el páramo camino de Medina de Rioseco, me rodeo de nocturnidad en medio de una circulación intensa; sin embargo, paso por Medina de Rioseco con sensación de soledad, apenas si hay transeúntes; luego tomo el desvío de Villalpando, donde la circulación es mínima y la negrura se apodera de la carretera; en esta vía, por falta de marcación de la línea central, he de ir despacio en un firme nuevo y negro que amortigua las luces de los faros y aumenta el peligro de un choque frontal con los poquísimos coches que transitan y así, desde la atención extrema, paso por los pueblos silenciosos de adobe y ladrillo con historias perdidas y que, en evidente agonía, mueren lentamente entre abulia y abandono.

Medito el ocaso de esta tierra mía; sé que mi tierra son sus gentes, aquellos que gracias a la limpieza de sangre de otrora, que impuso la gracia de la esposa en el nombre de los hijos, conozco ocho apellidos, ocho sobre nombres que me hermanan a los míos, a mis parientes abandonados a la lenta muerte del campo, abandonados a su lenta muerte de forma infortunada y me invade una dolorosa tristeza. Aquella Hispania que podía recorrer una ardilla de encina en encina de Norte a Sur y de Este a Oeste, hoy es un páramo triste y olvidado de todas las razones sociales. Las explotaciones agrícolas han perdido rentabilidad, la tecnología y la maquinaria despueblan los pueblecitos, las tierras no sostienen las débiles economías campesinas.

Pasando estos pueblos que fueron el alma de España y son el corazón de Castilla y León, he visto, en su espectral soledad, el abandono y el deseo de que los hombres del campo, los orgullosos labradores -aquellos de los que se cantaba: los labradores por la mañana / el primer surco es para su dama- hoy van camino de desaparecer por la despreocupación de unos gobernantes incoherentes cuya inquietud no es otra que promocionar la sexualidad hasta volver locos a los mentalmente débiles, santificar el aborto, hacer, desde las escuelas, generaciones de incompetentes desorientados y mantener adeptos incondicionales al precio que sea para seguir en el poder.

Preguntaos: ¿Quién lucha en Europa por vosotros? ¿Quién protege vuestros derechos en la UE?

Son los mismos que injustamente acusaron y quitaron de en medio a doña Loyola de Palacio porque sabía luchar por vuestros derechos y era un ejemplo de entrega a vuestra causa. Que Dios nos proteja de este PSOE que nos aniquila.