El refrán denuncia el defecto que pone en duda la prédica: la incoherencia entre lo que se dice y lo que se hace, entre la palabra y la conducta que la niega. La incoherencia revela falta de fe y fariseisno del anunciante. Es un achaque que de antaño ha sido atribuido a los falsos predicadores y que hoy parece exclusivo de los políticos que hacen promesas con intención de no cumplirlas; no mienten pues según la peregrina disculpa del cínico, el pueblo no se llamó a engaño al escucharlas. Benedicto XVI en valiente alocución al Parlamento británico ha reivindicado la coherencia en política: no es coherente enfatizar la tolerancia y «requerir a los cristianos en puestos políticos que actúen contra su conciencia». Habla el Papa a grandes personalidades del Reino Unido, en el lugar donde fue condenado a muerte Tomás Moro; con potísima razón podía invocar la armonía, la coherencia entre religión y política pues son muchas las cuestiones -paz, derechos humanos, desarrollo, medio ambiente- que les obligan a ir de la mano.

Una vez más, los agoreros han quedado en ridículo; es lo que suele ocurrir cuando se confunden pronósticos con deseos. La visita de Estado de Benedicto XVI al Reino Unido, lejos del fracaso augurado, ha constituido como era de esperar, un éxito muy señalado que invita a esperar mejor entendimiento entre Roma y el Reino Unido que -a la vista está- ya no es anticatólico. Cristianos de distintas denominaciones han rezado juntos en un acto ecuménico; a todos concierne el dicho bíblico: ¡Qué hermoso es ver reunidos a los hermanos! Y la unión es un concepto más ambicioso que el de alianza, y la oración sincera significa una eficacia que otros métodos no alcanzan. Nadie asegura que con el viaje del Papa se pretendiera resolver los viejos problemas que secularmente han mantenido separadas la iglesia del Papa y la presidida por los reyes británicos. Pero también es historia que algo ha cambiado con la visita papal: no se le puede restar importancia a la presencia de 300.000 universitarios británicos en la explanada del Saint Mary College para escuchar a Benedicto XVI, el papa admirado de los intelectuales.

Es muy lógico que el ilustre huésped aprovechara «la invitación si precedentes» para hablar al mundo desde el venerado templo británico de la Democracia. Y habló de democracia, de diálogo, de Derechos Humanos, de los principios morales que la hacen sostenible y deseable. En efecto, la ética es elemento absolutamente necesario en la política que sin ella fracasa como puede demostrarse con numerosos ejemplos pasados o recientes. Democracia y religión no se repelen como aseguran pensadores libertarios; son perfectamente compatibles y deben ser armonizadas en beneficio del pueblo. Así las cosas, resulta muy coherente y de rabiosa oportunidad la denuncia del Papa en relación con «la creciente marginalización de la religión, especialmente la cristiana». Cuentan los informadores que la selectísima concurrencia acogió con muestras de común complacencia el histórico discurso de Benedicto XVI.