Me pregunto qué mosca le habrá picado últimamente al conocido científico inglés Stephen Hawking para haber querido armar tanto revuelo con su último libro «The Grand Design» (El Gran Diseño). En este ensayo destinado al gran público renuncia a su convencimiento anterior sobre la compatibilidad entre la existencia de un Dios creador y la comprensión científica del universo. Disculpen si soy mal pensado, pero ya es casual que esta vieja y pretenciosa polémica haya tratado de resucitarla y venderla como rosquillas justo en los días previos a la reciente visita del Papa a Gran Bretaña.

Desde aquí no pretendo desmerecer lo más mínimo su genialidad intuitiva y, sobre todo, su gran capacidad divulgativa. Sólo quiero decir modestamente que, aunque algún día se pudieran demostrar que son ciertas todas sus hipótesis (para las que sí hay que hacer acto de fe, pues todavía no están comprobadas por la comunidad científica), ésas no sustituyen en modo alguno la idea de Dios sino que con ello nos ayuda precisamente a acercarnos más a Él. Alguien con más autoridad que yo, el físico y matemático francés B. Pascal, decía que poca ciencia aleja de Dios y mucha ciencia nos acerca más a Él. De hecho, vaya por dónde que la mayoría de los grandes científicos son creyentes aunque no todos sean católicos. Tal es el caso del científico alemán A. Einstein, uno de los más reconocidos de la época contemporánea, que llegó a hacer afirmaciones de este tipo: «El azar no existe, Dios no juega a los dados»; «El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir»; o aquella otra: «Sólo quiero conocer los pensamientos de Dios, lo demás son minucias».

Por tanto, quede claro que fe y ciencia van de la mano; se necesitan mutuamente. No es del otro día que los textos oficiales de la Iglesia insistan en ello aunque siempre haya quien disfrute condenándola por sus anatematismos pretéritos y por los cuales ya ha pedido perdón hasta la saciedad. Es hora de que los católicos superemos de una vez ese complejo que se pretende alimentar al pensar que los postulados de la ciencia nos alejan de la fe; como si el aumento del conocimiento científico disminuyera el nivel de fe de la persona. Puestos a poner ejemplos no estará de más recordar que fue precisamente un sacerdote católico quien aportó la teoría del Big Bang, la gran explosión en el origen del mundo de la que, por cierto, habla Hawking; pues bien, en aquel momento muchos pensaron que se sustituía la idea de Dios porque ya quedaba todo perfectamente explicado y después el tiempo ha demostrado que nada más lejos de ello.