En ese aspecto el hombre se supera a sí mismo todos los días y a todas las horas. Al «balconing» le remito, aunque sea el hombre en su mocedad el que ha dado carta de naturaleza a esta nueva y por el momento última imbecilidad humana. Esta, llamémosla moda, traída a España por los hijos de la Gran Bretaña en alianza con habitantes de la Teutonia reunificada, e insertada en las costumbres foráneas de las islas Baleares, como muy bien sabe el lector consiste en hospedarse en un hotel cuyas ventanas o balcones den directamente a la piscina del establecimiento. Una vez instalados y tras unos días de sol y playa, en una noche de farra y alegría, hartos de grifa o anegados en alcohol, se lanzan sin flotador ni paracaídas desde el balcón a la piscina. Los que aciertan a caer en el agua del aljibe se dan un buen chapuzón que, todo lo más, les despejará, a buen seguro, de la cogorza y de la «zingorria» que llevan encima. Los otros?

Los otros, y van sólo en Mallorca seis, acaban dándose de bruces o con la cabeza o con la espalda, casualidad: nunca de culo que es menos doloroso, con el duro pavimento. Si todavía cayeran sobre un parterre de rododendros, sobre un mullido arbolito o sobre una tumbona, pero no señor, se parten la crisma con resultado de muerte instantánea y, en el mejor de los casos, acaban hemipléjicos o tetrapléjicos. En esta situación hay ya más de uno y más de dos. Jóvenes que llegaron a Palma por su propio pie y han vuelto a su país de origen en un arcón funerario o en camilla. Y saben que esto puede pasar, pero cegados por el alcohol u otras sustancias y la imbecilidad más absoluta acaban lanzándose al vacío para ser carne de noticia luctuosa.

Decía Quevedo, uno de mis autores favoritos: «Todos los que parecen estúpidos, lo son. Y además también lo son la mitad de los que no parecen». Hace falta ser estúpido para ignorar en qué puede acabar empresa tan arriesgada. Estúpido y como diría un castizo, también gilí. Para más inri, inmortalizan la hazaña grabándola en vídeo o con el siempre socorrido móvil. Habrá quien pueda presumir a su vuelta a casa de ser un héroe o un superviviente del «balconing», la mayoría de sus practicantes no lo pueden contar. Desde luego, esa forma de «vacacioning» no es la más recomendable. Siempre he entendido las vacaciones de otra manera, pero si unos cuantos se empeñan, lo mismo hasta la ponen de moda y la patentan. Lo tremendo es que cunda el ejemplo y nuestros jóvenes, es decir los españoles, decidan secundar a estos comunes europeos que vienen a hacer el zángano jugándose la vida. Jugar al «balconing» es como jugar a la ruleta rusa, nunca se sabe el lugar que ocupa la bala mortal. Tampoco quiero dar pistas.

Hay modas tan absurdas como la del «puenting» que también se ha cobrado alguna que otra víctima mortal. Precipitarse al vacío es lo que tiene. En un fuego, por lo menos espera la mano amiga de un diligente y entrañable bombero. El «balconing» y el «puenting» deberían gozar la consideración de delitos contra la vida de uno mismo. Porque multar con sanciones económicas este tipo de conductas peligrosas puede resultar insuficiente. Seis muertes por «balconing» así lo atestiguan.