Con los calores que nos han escurrido la glándula sudorípara, nada más gratificante que llegar al hogar, dulce hogar, y enfrentarte a un rico gazpacho aunque sea de esos de andar por casa, nada digo si por no faltarle no le falta ni un picadito de jamón ibérico. En España tenemos recursos gastronómicos suficientes para todas las estaciones. A partir de ahora, cuando los pucheros empiecen a entrar en ebullición con estofados de lentejas, cocidos y fabadas, nos pondremos también como la chica el Curro, además de mitigar el frío que más tarde o más temprano entrará por Galicia y que antes nos anunciará el mapa de isobaras.

Hasta ahí, todo muy suculento. En especial el gazpacho puesto que todavía estamos en verano y el reinado del sol no ha concluido. Lo que los consumidores no sabemos es que el gazpacho no es un plato barato. Y lo que ya ignoramos es que el precio de un gazpacho se multiplica por siete del campo a la mesa. No por dos o por tres, directamente se multiplica por siete gracias a intermediarios, transportistas y distribuidores que acaban encareciendo el precio de origen de los principales ingredientes para elaborar tan refrescante comida.

Toda la vida nos hemos quejado de los intermediarios. Se habló hace algún tiempo de acabar con esa especie de correa de transmisión que encarece notablemente sobre todo los productos que proceden del campo. Me uno al sentir de los hombres y mujeres del agro zamorano y por extensión del agro patrio a los que, de alguna manera, se sigue ninguneando de la forma que todos conocemos. Ellos y ellas se llevan la peor parte, el trozo más pequeño de la tarta y el trabajo duro, mientras los otros se dan el gran festín. No me extraña que cada vez más, donde antes se levantaban rosales y rododendros ahora se levanten tomatales y parterres de lechugas y fréjoles y pimientos y otras hortalizas y verduras, algunas de las cuales entran en la composición del gazpacho.

Para que las amas y los amos de casa tomen buena nota les diré que un simple y sencillo tomate se revaloriza 6,9 veces del campo a la mesa, pasando de los 0,28 euros en origen, hasta 1,95 euros en el punto de venta al público. Me parece una salvajada. En España todo es igual de desmedido. Lo que es del euro para acá esto es un escándalo. Encima tenemos que soportar la crisis que viene a ser algo así como una especie de «a río revuelto?» la ganancia para los de siempre, o sea, los intermediarios. Y si sólo fuera eso. Pero es que el Índice de Precios en Origen y Destino no sólo refleja un encarecimiento de los productos procedentes de la agricultura, también hace lo propio con los productos ganaderos. De este modo, el consumidor paga de media cuatro veces más por un producto de lo que un agricultor percibe por la venta del mismo. La mejor prueba está en el gazpacho. A tenor de las cifras reales y para el consumidor, caro gazpacho.