Con este lío de las energías, sean renovables con vientos del oeste y captando luz solar como si fueran moscas o de las otras camino de agotarse en un plazo más o menos corto, según el despilfarro cotidiano del llamado bien vivir de determinadas sociedades, llegaremos a reinventar lo que dejamos atrás en el tiempo o sea la vela, la famosa gloria y la carreta. No tardando, cuando el petróleo llegue a escasear más que la comida en los países pobres y valga más que el oro, adiós a la gasolina. No habrá quien llene el depósito.

Ya se sabe que esos rápidos vehículos gastadores de carburante contaminante y con muchos caballos de fuerza, estarán substituidos por coches eléctricos, que es un chisme que va un poco lento, con una potencia aproximada de burro y medio, y que después de unos cuantos kilómetros de recorrido, hay que recargarle la batería. Con lo cual ir de Zamora a Madrid, con tantas paradas, se tarda una barbaridad y hay que hacer posada. Debido a ello, lo mejor será coger la diligencia para llegar sin contratiempos y tomarse un café por el camino.

Esto podrá suceder o no. Porque siempre habrá una idea luminosa o un invento no previsto, que solucione los problemas más complicados. Pero mientras esto llega, tendremos que desempolvar ese viejo artilugio, que usaban los abuelos, escondido ahora en el último rincón del garaje o de la vieja panera. Es aquello del gasógeno, aparato que producía gas carburante para coches, furgonetas y camiones de escaso tonelaje, en una época que faltaba casi de todo.

Esperemos que la automoción eléctrica sea una realidad evolutiva y cada vez más práctica, no vaya a surgir una mente privilegiada, que se le ocurra crear el coche propulsado por oxígeno, que no contamina y corre a mayor velocidad aunque nos quedemos sin poder respirar en cuanto se agote. Algo sin importancia.