El viernes asistí como invitado a la concentración contra la violencia de género que, en esta ocasión, se celebró en Bermillo de Sayago. El acto formaba parte de las manifestaciones que se vienen celebrando, una vez al mes, en alguna localidad de la provincia. Tras la iniciativa están las manos de la subdelegada del Gobierno, Pilar de la Higuera, y de la responsable de la oficina contra la violencia de género, Margarita Tarilonte. El programa de Bermillo me impresionó por dos motivos: no es fácil asimilar que las 46 figuras de madera que se repartían por la Plaza Mayor de la localidad sayaguesa pudieran representar a cada una de las 46 mujeres asesinadas por sus maridos, parejas o ex parejas durante este año. Y tampoco es frecuente escuchar discursos de las mujeres rurales sobre este tema, como los que tan valientemente transmitieron las mujeres de las asociaciones sayaguesas que estaban en el evento.

Mi contribución a la reunión del viernes arrancó con una pregunta de Perogrullo: «¿Cuál es la razón de ser de lo que llamamos violencia de género o, si ustedes lo prefieren, violencia contra las mujeres?». Algunos pensarán que será el alcohol, la agresividad o los efectos de un mal momento los que explican los actos violentos que ejercen algunos hombres contra algunas mujeres. En mi opinión, sin embargo, el factor que explica sobre todo y que está detrás de la violencia contra el mal llamado sexo débil es la necesidad de los hombres de controlar a las mujeres en el sistema social que llamamos patriarcado. ¿Cómo se manifiesta el patriarcado? ¿Cuáles son las características fundamentales de la cultura y del código patriarcal? Responder a estas preguntas y centrarnos en estas cuestiones es fundamental si queremos, en primer lugar, entender el origen de la violencia contra las mujeres y, posteriormente, actuar con medidas que vayan dirigidas al corazón de un problema que, en mi modesta opinión, está poniendo al descubierto lo peor del género humano.

La identificación de la virilidad con la superioridad masculina, lo que en el ámbito popular se ha llamado machismo, está unida a la idea de que es legítimo imponer la autoridad sobre la mujer, incluso mediante la violencia. A las mujeres se las considera como seres inferiores a los que se puede usar, despreciar e incluso maltratar. El machismo conlleva la idea de superioridad de las cualidades masculinas más estereotipadas, como la fuerza y la agresividad, y empuja a los hombres a demostrarlas. El despliegue de actitudes machistas viene obligado por la necesidad de demostrarse a sí mismo y a los demás que se es un hombre. La creencia de «tener derecho» a utilizar la violencia contra las mujeres es un rasgo patriarcal con una larga historia. Debe quedar muy claro que la violencia contra las mujeres no es un comportamiento natural. Este tipo de violencia es una actitud aprendida mediante la socialización. De ahí que el rechazo social sea la forma más eficaz de combatir esta violencia. Y por eso precisamente actos como el de Bermillo de Sayago son tan importantes.