Andamos por la senda de septiembre, frontera entre la alegre vacación y la tan necesaria vuelta al trabajo, entre el olvido de los libros y el desempolvar de las carteras y uniformes, entre el desconcierto de los meses de calor y la forzada regularidad de las horas de trabajo. Septiembre, vuelta de rosca a la vida con recobradas energías, nuevas metas y objetivos renovados.

Se nos habla de dos hijos. Lo de «mayor» y «menor» no creo tenga otra intención que, a falta de nombre, diferenciar las conductas. Lejos de ser extraña, ¿acaso no describe la parábola comportamientos de rabiosa actualidad? Hijos como el «menor» con ansias de aventura, de emigrar al país de la libertad, de probar el gusto de la independencia. Ah, eso sí, la salida de casa convenientemente subvencionada, una libertad pagada hacia «un país lejano» no tanto por la distancia física cuanto por la sentimental y afectiva. Hijos como «el mayor» que se han vuelto extraños ya sin haber salido del hogar, encerrados en sus habitáculos pero conectados con sus amigos por sus móviles, cercanos en el espacio a sus padres, lejanos en el corazón.

Lo que en la parábola del Hijo Pródigo es un planteamiento de fe, Dios al fondo, permite ser trasladado a otro que podemos llamar «doméstico» o «educativo». El inicio del nuevo curso escolar hace perdonar la digresión. ¿Por qué no entender la «emigración a un país lejano» como la salida de los hijos hacia el hemisferio de la escolarización? ¿Acaso para muchos padres el Centro Escolar no es ese «país lejano» donde sus hijos campan a sus anchas lejos del control familiar, donde se establece un tejido de relaciones en las que no es raro «malgastar» la herencia afectiva, educativa, orientadora de la vida de la familia? Tantas veces son los padres los que ven marchar a sus hijos con sus cosas, con sus pertenencias, a un lugar (colegio, internado, residencia…) que se les antoja «lejano», no tanto por la distancia que ya no la hay, lejano eso sí por la despreocupación y el descompromiso de ellos mismos, lejano por la excesiva confianza, lejano por la pérdida de control y de seguimiento, eso que el «Informe España 2004» definía con el nombre de «padres ausentes».

Quizás el retorno a la casa paterna se esté consumando cuando ni la escuela, ni las condiciones sociales, ni el mercado laboral, han posibilitado el tan ansiado puesto de trabajo, puerta abierta a la tan buscada emancipación. Hijos con ansias irreprimibles de libertad e independencia «condenados» a volver a la casa paterna, domicilio afectivo un tiempo, ahora y por desgracia solo refugio y residencia de transeúntes.