Hace un par de días, los representantes de los sindicatos mayoritarios registraron en el Ministerio de Trabajo la convocatoria de huelga general para el día 29 y después de hacerse la foto no admitieron preguntas de la prensa. «¿Para qué?», debieron pensar. Cada uno por su lado habían pasado por sendas radios elegidas por motivos que ni conocemos ni vienen al caso, y mandado a las ondas los mensajes que consideraron oportunos. Uno incluía un taco, de modo que fue titular en la mayoría de medios porque la grosería vende. Me pasma que las caras visibles de los trabajadores se hayan sumado a la moda de no contestar a las cuestiones que los periodistas debemos plantear a quienes tienen mando en plaza de parte de la ciudadanía. Gracias, camaradas, por arruinar un poquito más nuestra bella labor informativa, y el necesario control democrático a cualquier poder público. Cuando la sociedad decida que para el reparto de consignas enlatadas procedentes de expertos propagandistas no necesita intermediarios iremos en masa a pediros un empleo digno.

Mariano Rajoy ha estado más de un año sin responder preguntas en sus comparecencias ante los medios para no hablar de Gürtel y de los trajes de Francisco Camps. De hecho, cuando volvió a someterse al escrutinio de la prensa fue noticia de primera. Mientras tanto, se limitaba a leer comunicados y a torear a los reporteros que le embestían a su llegada a los miles de saraos donde alguien como él se prodiga. También ZP y sus ministros han empleado la técnica del público mudo cuando se han visto obligados a decir cosas que nadie desea escuchar. Curiosa la resistencia a improvisar explicaciones cuando se han improvisado tantas políticas. De manera que el desprecio a la labor de la prensa no es una cuestión de ideología o clases, sino de supervivencia: si nada de lo que digas puede mejorarlo, mejor no digas nada. Hasta que te interrogue un juez, claro. Con vistas a las próximas elecciones, los partidos fuertes ya han anunciado que vetarán el paso a la prensa en los mitines, y harán llegar las imágenes y audios que les convengan. Los ciudadanos decidirán su voto como meros figurantes de esa película de ciencia ficción. Así las cosas, que gane el más guapo.

Los políticos no responden, los sindicalistas no responden, los músicos hablan a través de Twitter y los intelectuales sólo contestan bajo patrocinio. Este verano, un aclamado escritor y un insigne artista han rechazado con gesto de hastío conceder entrevistas porque andaban de vacaciones y no hay libro por vender ni gran obra por inaugurar. Están en su derecho, pero que luego no se queje nadie de la sobreexposición pública de personajes como Belén Esteban, que llega de la compra con un par de bolsas en cada mano y se detiene para atender a los reporteros. A ella le tendremos que preguntar por los efectos de la crisis, por la tregua de ETA, por la búsqueda de la felicidad y el futuro de la cultura, por la corrupción de los poderes públicos, el milagro de la Roja y el desplome de las pensiones. ¿Pero a quién le importa lo que diga la Esteban de la subida del IVA? A mí tampoco me da la gana de contestar a eso.