Gadafi ha hablado claro en Roma: El Islam debe conquistar Europa. Lanzó el reto ante un numeroso auditorio de escogidas mujeres que cobraron por asistir. Se ha informado de que tres de las mozas se convirtieron, «ipso facto», a la religión de Mahoma. El hecho de la presunta apostabais de tres cristianas ha sido aceptado con aparente indiferencia y resignación, en la llamada Ciudad Eterna; por fortuna, en los pagos cristianos cada cual es libre en su vida religiosa y no se castiga a nadie por pasarse de credo. Es seguro que no diría esto mismo Berlusconi si intentara en un país musulmán, la experiencia llevada a cabo en Italia por Muamar el Gadafi, su ilustre invitado. La verdad es que no nos imaginamos como misionero a Berlusconi aunque lo creamos capaz de asumir los más extraños papeles; acaso todos los jefes de estados musulmanes participan de los afanes proselitistas del mandamás libio; conviene añadir que con la extensión del Islam pretenden el dominio político como paladinamente repiten con atosigante frecuencia y sin ocultar los procedimientos que emplearán: con los vientres de nuestras mujeres conquistaremos Francia, retó un gran muftí de París: con la inmigración pacífica, constante y sin retorno, que viene exigiendo la imposición de sus usos y costumbres y va cambiando a su favor la composición de los censos de población.

Por contra, no se conocen hoy «príncipes cristianos» que se manifiesten capaces de involucrarse en el mantenimiento y promoción de su fé. Tampoco el pueblo se muestra fervorosamente creyente condición imprescindible del proselitismo eficaz. Uno tras otro, los Papas últimos han presentado a Europa como tierra de misión, porque lamentablemente el Viejo Continente ha dejado secar las raíces cristianas en las que fue fundamentado. Con la apostasía, Europa se ha convertido en una sentina de corrupciones; en cierto aspecto no les faltan motivos a los islamistas más estrictos para considerarla la gran ramera que necesita urgentemente ser purificada; pero ningún derecho les asiste para pretender intervenir como purificadores; Europa, a pesar de los pesares, aún es territorio de libertad y democracia, virtudes políticas esenciales que hoy por hoy no son cultivadas en muchos de los países islámicos. Es la propia Europa la que, para retornar a sus limpios orígenes, debe sumergirse en el Jordán de la purificación. Pero necesita el empuje de misioneros cristianos; ¿dónde están?

Europa, tierra de misión, Gadafi se ha apropiado, precisamente en Roma, del imperativo reclamo de los Papas. En los medios periodísticos que no dejan pasar sin negativa apostilla las proclamaciones de la jerarquía católica, no se ha visto reacción al reto del presidente de Libia, hoy de vuelta de sus viejas proclimidades terroristas. En cambio, se ha producido una airada descalificación del cardenal Cañizares, porque se permitió opinar sobre la edad más conveniente de los niños para su primera comunión. El cardenal abogaba por la vuelta de las normas del San Pío X; cabe suponer que conoce el tema mejor que sus contradictores. Y no hay duda de que le interesa más.