Stephen Hawking, el físico mundialmente conocido por sus estudios y su actividad de divulgación y acercamiento a todos de las teorías y avances científicos, ha reabierto la polémica sobre la existencia de Dios al descartar la creación divina del cosmos. Al margen de lo que pueda tener de argucia de la editorial para generar expectación ante el inminente lanzamiento del libro en el que se contiene el párrafo en el que hace tal manifestación, lo cierto es que desempolva la pregunta primigenia del hombre y con ello levanta una vez más la eterna polvareda en la que física, metafísica y teología no han encontrado aún el punto de coincidencia.

La lucha, unas veces soterrada, otras evidente, mantenida entre ciencia y religión ha sido una constante a lo largo de la historia pero también entre unos científicos y otros. Inmediatamente después de que se haya conocido el nuevo posicionamiento del científico al que la esclerosis mantiene desde hace décadas postrado en una silla de ruedas, todos los periódicos se han apresurado a generar dobles páginas con argumentos y pronunciamientos de eruditos altamente cualificados, a favor y en contra, muchos de ellos con una buena carga de visceralidad y dogmatismo.

Porque no sólo son dogmáticos quienes siguen los dogmas de la fe, que como nos decía el catecismo, es creer lo que no se ve. También hay dogmáticos de la ciencia en aquellos aspectos que la ciencia aún no ha sido capaz de demostrar sino en la forma de hipótesis de trabajo no verificables o con término más ajustado, no falsables. Hawking no es un dogmático y, sin embargo en esta ocasión, parece ir unos cuantos pasos más allá de lo que pueda ser una aseveración científicamente demostrada.

Hemos oído en alguna ocasión aquello de que hay que ser muy creyente para poderse declarar ateo. Tanta fe hay puesta en la afirmación Dios existe como en la contraria y es lo cierto que desde que la Iglesia fue civilizándose y entendiendo (aunque no siempre) el conocimiento científico como positivo y no como una agresión, ciencia y teología han podido avanzar pacíficamente por caminos paralelos.

Me sumo a los que creen que somos demasiado insignificantes y con una mente limitada en capacidades y tiempo, como para poder llegar a responder tan pronto a la más grande de las preguntas o para entender que lo Eterno (sea éste Dios, el mismo cosmos o el vacío) no ha tenido origen. A los que piensan que ciencia y teología son perfectamente compatibles ya que al final la respuesta sólo será una y probablemente integradora de ambas ramas del saber. Línea ésta que anticipó otro científico, Louis Pasteur, al afirmar que «un poco de ciencia aleja de Dios, pero mucha ciencia devuelve a Él».

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