No están los ciudadanos y ciudadanas de Zamora muy contentos que digamos con el Ayuntamiento de la ciudad, por culpa de la escasa o nula atención que presta a esos puntos ciudadanos dejados de su mano y a merced de todos aquellos que los ensucian y embadurnan. Servidora tiene en una muy querida y entrañable profesora, doña Carmen, a una de sus interlocutoras ciudadanas. Una mujer que a diario se patea la ciudad en sus largas caminatas que la llevan incluso al otro lado del Duero, donde a diario pasa revista a la situación lamentable por la que atraviesan distintos parajes que de idílicos y hermosos han pasado a ser auténticos estercoleros.

Me contaba doña Carmen la pena que le da comprobar el estado de la pasarela que jalona el Puente de Hierro. La dejadez, la suciedad, las pintadas. Como si hasta ella no llegase el servicio de limpieza del Excelentísimo. Y es una pena porque ha dejado de ser un estupendo mirador al río. Zamora tiene o tenía muchos lugares con encanto que han dejado de contar con la atención preferente hasta convertirse en lo que hoy son.

No entiendo cómo no se pone coto a los desmanes de tanto pintamonas como nos tiene embadurnada la ciudad. Una cosa son los grafitis y otra muy distinta las «pintadas» que por doquier anuncian en fachadas públicas y privadas y en todos los monumentos susceptibles de ser pintarrajeados que sus autores lo hacen con total y absoluta impunidad sin que haya un «gran hermano» de esos con los que se vigilan otras cosas que no vienen a cuento, que perpetúen su imagen en los ficheros de las dos Policías, la Local y la Nacional.

Para que ellos salgan impunes los demás tenemos que sufrir esa forma de suciedad que en otras ciudades más cívicas resulta impensable.

Y resulta impensable porque los autores son castigados de inmediato. Pero en Zamora eso no parece prioritario y así está la pobre ciudad. Por ello, invito a los responsables de la seguridad ciudadana de la capital a darse una vuelta por la pasarela del Puente de Hierro y a pasear por las otrora cuidadas orillas del río y a fijarse en el estado de algún que otro inmueble desocupado y en espera de destino que se ha convertido en una ratonera.

Y ya puestos, que se den una vuelta por el Templete y por el Parque de la Marina que, junto a su flora y su fauna habitual, ve crecer, eso sí semiescondida, droga y jeringuillas de intercambio a partir de determinada hora de la tarde. Trabajo tienen la Policía y nuestros responsables municipales.