Un caluroso día de este mes de agosto me acerqué hasta el pueblo de Val de Santa María, escondido a escasos metros de la carretera que conduce a tierras sanabresas. Mi objetivo era ver y fotografiar las ruinas de la ermita de los Mártires, en otros tiempos centro de culto y devoción de los vecinos de tan entrañable pueblo. Con el deseo de recoger todos y cada uno de los detalles de la arruinada ermita entré en tan singular edificio presa de la ruina y el abandono más absoluto y después de fotografiar su decrepitud me dirigí hacia el pueblo para ver las imágenes de los santos milagreros que estarían, suponía yo, en la iglesia parroquial. Bajando por el camino de Otero dos vecinos me indicaron que al lado de la iglesia vivía la persona que tenía la llave de dicho edificio. Después de recibirme amablemente me comentó otro vecino que en la iglesia no había santo alguno pues estaban repartidos por las casas del pueblo. Inmediatamente pregunté a qué se debía; muy fácil, me espetó el vecino, ¡la iglesia está en obras! Bueno, supuse que serían las obras «normales» que se ejecutan en nuestras iglesias rurales, pero no, las obras de la iglesia de Val de Santa María comenzaron hace ya 4 años y por el momento no se ven síntomas de avance. Aparecieron esqueletos en la capilla mayor, junto al altar, vinieron del Obispado, de patrimonio, comentaba un vecino, pero nada, la única solución ha sido echar una buena capa de hormigón sobre ellos para evitar la reencarnación. Incluso se destruyó la cúpula que remataba dicha capilla pues al descubrir el tejado las lluvias la echaron abajo. ¡Una pena!, comenta indignado.

Y efectivamente, el panorama que presenta su interior es de absoluto abandono: bancos sobre las paredes, tubos de luz por el suelo, el retablo que se viene abajo. ¡Y se gastaron 30.000 euros en el parque de la era cuando aquí no quedan niños, qué se le va a hacer!

Ante esta afirmación mitad resignación, mitad impotencia les pregunto dónde celebran la misa y el resto de oficios a lo largo del año. En las antiguas escuelas contestan mis interlocutores. En ese momento recuerdo los antiguos pupitres sepultados bajo los escombros de la ermita recién visitada y la estrecha relación que siempre tuvieron la escuela y la iglesia en nuestra Zamora rural.

Pero, ¿y esto de quién depende?, les pregunto. Al instante me doy cuenta que a ellos le importa un rábano quién tenga que hacer la obra, lo que quieren es que se haga y cuanto antes mejor.

Seguimos hablando y cuando ya han cogido confianza un vecino me dice:

-Si usted pudiera hacer algo…

En ese momento me gustaría tener la varita mágica y enderezar este entuerto pero mi pobre condición de mortal no da para más, solo buenas palabras:

-Bueno, veré si puede salir en el periódico y entre todos removemos algunas conciencias.

-Muchas gracias hombre, exclama agradecido el vecino.

Después de despedirme y agradecerles su charla y compañía abandono el pueblo con sensaciones encontradas y me prometo dar a conocer la situación de abandono en que tenemos a buena parte de nuestro patrimonio rural, consciente que cada día que pasa vamos perdiendo irremediablemente parte de nuestro pasado. ¡A ver si entre todos hacemos algo para que no tengan que desaparecer tantos entrañables edificios, almas de los pueblos en que se asientan! Y que los vecinos de Val de Santa María puedan celebrar sus fiestas y ceremonias en su iglesia parroquial.