Por estos días se corre el Tour de Francia, una carrera por etapas. Y de etapas hablo, que todo camino las tiene, la vida también. Una de las etapas elegidas en la ida hacia Peñíscola ha sido la población mudéjar de Tarazona y justo al lado y al amparo del Moncayo la imponente estructura del monasterio de Nuestra Señora de Veruela, hoy centro cultural, testigo en el tiempo de las andaduras de innumerables generaciones. Lo mismo a la ida que al regreso un lugar para hurgar en las claves de la vida como en su tiempo lo hizo nuestro Gustavo Adolfo Bécquer dejándonos sus cartas «Desde mi celda». El paso por tantos y tantos espacios vacíos no impide la pregunta sobre el contenido espiritual y cultural del antiguo cenobio y sobre el deambular histórico de la comunidad conventual.

Durante siete siglos, desde mediados del XII hasta la desamortización en el XIX, este monasterio como tantos otros fue, en expresión de san Benito, un «pálpito continuo de vida» y conoció el deambular y el vivir cotidiano de los monjes blancos de san Bernardo. Oración como tiempo privilegiado para el encuentro con Dios y actividad laboral que hace posible el sustento. La escena de Marta y de María por un lado y el Evangelio de Mateo del pasado jueves en el que oíamos aquello de «venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré?, y encontraréis descanso» dan pie y lugar a este comentario. El monasterio de Veruela ha sido soporte material de muchas centurias de vida religiosa, fuente vivificadora que fue dotando a sus piedras de contenidos espirituales y materiales, dos coordenadas que articulan la vida de una comunidad conventual lo mismo que el trabajo y el descanso conforman la vida de las personas.

Se ha querido ver en esta escena de Marta y María un modelo a escala familiar y reducida de dos estilos concretos de vida. María daría cobertura institucional a la vida religiosa, Marta sellaría el valor del esfuerzo humano en cualquiera de sus manifestaciones. Fe y compromiso aunados, actitudes complementarias que la misma vida conjuga en un suma y sigue. Que María se embelese ante la llegada de Jesús o que Marta prefiera los honores de mesa y de mantel, es lo de menos, son dos formas de un mismo sentir. En Betania, en la casa de Marta y de María el «venid a mí» se conjuga en activa. No son los duelos y los pésames por la pérdida de Lázaro la razón, ni la búsqueda de consuelo por las hermanas, ni el tan merecido como necesario descanso para Jesús, es el obsequio de la amistad, la bienvenida y los augurios para el «Amigo», jornada de puertas abiertas y disposición al tiempo para bucear en los espacios del alma.