Hay dos hechos que se cuentan desde la escuela relacionados con los conejos. El primero tiene que ver con el nombre de Hispania, «tierra de conejos» según dicen que llamaban desde la antigüedad a estas tierras, y que fue adoptado por los romanos del Imperio cuando anduvieron por aquí. Muchos siglos después, es conocido que los conejos que llevaron a Australia unos cazadores en el siglo XIX se comieron los pastos de la fauna autóctona y se convirtieron en una verdadera plaga porque no había animales predadores que controlaran su crecimiento, de manera que provocaron un desastre medioambiental que se mantiene hasta hoy.

Lo que resulta curioso como poco es que la mezcla de ambos fenómenos, conejo y plaga, haya llegado a Valorio, nuestro Valorio, para explicar la extraña desaparición de treinta mil arbolitos plantados por el Ayuntamiento con dinero de Europa.

¡Mira que parece lejano el nombre con que los romanos conocían a estas tierras que hoy son parte de España aunque con estatutos! Pero ya se sabe que en Zamora el tiempo parece haberse detenido a veces, y esta vez le ha tocado al bosque de Valorio, que hace unos años hizo honor al histórico nombre de Hispania y rememoró, sin necesidad de recreaciones teatrales subvencionadas como Medievalia y remontándose a tiempos más remotos, los años en que los conejos debían de ser tantos que dieron nombre a estas tierras.

Fueron tantos los conejos que campaban a sus anchas por el bosque, que dieron buena cuenta de cuantos árboles plantaban en Valorio, hasta treinta mil, desaparecidos por acción de los voraces incisivos de los animalitos. Lo que después pasó con los conejos que asistieron al banquete pagado con dinero de Europa es algo que ni sabemos ni importa para el caso del que aquí estamos hablando. Digo.

Algo parecido a lo de Australia, tan famoso, tuvo lugar también en Valorio. Los conejos se reprodujeron sin control por parte de los predadores, que no parece que existan en el bosque al menos en una cantidad suficiente para mantener el equilibrio del ecosistema, y sin control de los servicios municipales pese a que ponían en riesgo la costosa repoblación del bosque que se estaba llevando a cabo.

Fueron tan sigilosos los conejos que nadie se dio cuenta de su existencia hasta cinco años después, cuando un experto perito encontró explicación a la misteriosa desaparición de los árboles.

Fueron tan rápidos los conejos que hasta se puso en duda la plantación porque ni los paseantes habituales del bosque consiguieron ver los treinta mil árboles, ¡que ya son árboles aunque sean pequeños!

El caso es que Valorio se quedó sin los treinta mil árboles que hubieran servido para repoblar el bosque por culpa de la plaga de conejos que, como vino se fue, sin que hasta hoy hayamos sabido nada de su existencia más allá de su glotonería.

Una explicación, la de la plaga de conejos que acabó con los treinta mil árboles, que no solo nos retrotrae a la Hispania romana y a los albores del siglo que acuñó los conceptos medioambientales. Es también una explicación de rabiosa actualidad, que entronca con la de la crisis económica: unos mercados invisibles como conejos en sus madrigueras, incisivos pero discretos, han provocado con su glotonería o avaricia que donde debería haber plantones con árboles a cuya sombra y estado de bienestar cobijarse, no queden ni los agujeros, borrados por el tiempo. Conclusión: nos quedamos sin derechos, sin árboles y sin dinero.

Andan ahora de nuevo con obras y máquinas en Valorio, vuelven a prometernos brotes verdes. Pero no tardarán las plagas, los conejos, la crisis, lo que sea, en volver a acabar con ellos. De momento nos han dejado congelados pese a la canícula, sin buena sombra que nos cobije.

¡Malditos conejos o malditos mercados, todos invisibles! Y que por lo menos gane la Roja que por lo menos es roja.