A partir de la actuación «macro» del polígono de Las Viñas no era fácil que se diesen otras actuaciones de esta importancia, principalmente debido a que la demanda estaba siendo atendida por otras actuaciones en solares de menor dimensión que el de Las Viñas. Pero sí marcó un cambio en el modo del desarrollo de la ciudad, rompiendo definitivamente con la herencia que había marcado el Ensanche. Como generalmente se trataba de ampliar la ciudad con nuevos suelos que partían del trazado de las vías principales y otros sistemas generales contenidos en el Plan general, el único punto de partida concreto eran las lindes de propiedad del plano parcelario municipal que fijaba los derechos derivados de la posesión. Como contraste con lo que se había hecho en Las Viñas, que comprendía la ordenación total del polígono, cada promotor se las tenía que arreglar y cumplir con los datos de carácter cuantitativo de la regulación, los usos y cesiones que tendría que soportar su parcela. Con ello el Plan General renunció al análisis y eludió la configuración previa de unos polígonos con características homogéneas, como las que provenían de su geografía y de los datos referentes a su configuración ambiental. En este momento clave era cuando se podían haber desarrollado las hipótesis de trabajo que hubiesen contribuido a asegurar el carácter unitario, básico para hacer entendible la ciudad. Se sacrificó en aras de una simplificación del proceso, dejando a los operadores inmobiliarios como protagonistas y ejecutores de la gestión urbanística de sus propiedades. Los Planes Parciales o Estudios de Detalle previos no entraban a considerar el conjunto de solares sujetos al orden impuesto por una unidad de orden superior y que a partir de la cual se puede hablar de hacer ciudad. Olvidados quedaron los antecedentes primigenios que podían haberse hecho presentes en las nuevas ordenaciones y la virtualidad de sus lazos con la naturaleza y con la historia. El resultado del modelo de un planeamiento lastrado por una gestión urbanística, que podríamos llamar ensimismada, ha llevado a que las posteriores actuaciones sólo puedan ser calificadas de no-ciudad. La no-ciudad no tiene lectura alguna, no tiene explicación porque ya nace sin una idea que la anime para hacerse presente en la vida y en la ciudad. Sólo se desarrolla con una lógica tan elemental como la de juego del puzzle que, aun casando todas sus piezas, la escena está embarullada. Asistimos estupefactos a la destrucción de un patrimonio ambiental, ya sea en los paisajes prolongación de la ciudad o a la misma naturaleza original. Los atropellos afectan a zonas que están en los cuatro puntos cardinales de la ciudad y vistos los planes municipales vigentes podemos imaginarnos el negro destino de zonas que conforman espacios de tanta calidad y tan complejos factores como los de las zonas ribereñas. Sin duda Los Tres Árboles es la zona más destacada por su grado y situación estratégica, como por su importancia ambiental, y el de mayor interés para la ciudad, que debería haber sido objeto de debate por las consecuencias que su actual ordenación pueda tener en el futuro ¿Acaso no procedía conservar la zona como un parque para la ciudad que se extendería en paralelo al eje del crecimiento de la carretera de Tordesillas, o bien pensar como una alternativa de ciudad en una barriada en que se cumpliese el sueño de nuestros abuelos de crear la ciudad en una Naturaleza en que las únicas construcciones fuesen altas torres aisladas, creciendo entre la espesura de los espacios verdes? Un eje cívico-comercial de edificación de alta densidad protagonizaría el papel de centralidad que asegurase la suficiente cohesión del barrio y que fuese garante de su identidad y del despliegue de los espacios necesarios para la convivencia. Estos terrenos ya «ordenados» en la actualidad, se extienden desde la Peña de Francia hasta La Aldehuela y están sujetos al proceso ya conocido de su gestión fraccionada y en que se repetirá el esquema conocido de la no-ciudad, que parece elevada a fórmula de uso universal. Otro entorno de recuerdo entrañable cuyos rasgos se harán literalmente humo, sin redención posible.

Este y otros legados urdidos en un espacio tan corto de tiempo pero con vistas a decidir el destino y forma de la ciudad en los próximos cincuenta años, va a implicar la total desaparición de cualquier seña identitaria que, elaboradas y acumuladas tras siglos de acción humana, nos permitieran reconocer a la ciudad como propia. Todavía hay gente, vecinos de nuestra ciudad, que no se cree esta visión tan negativa del urbanismo que se practica por estos pagos, pero eso se resuelve dándose una vuelta por esas zonas del frente bélico de primera línea en que se percibe cómo avanza la ciudad frente al espacio de los campos todavía con las señas del barbecho sin levantar. Que se suban hasta coronar los ribazos de los altos de San Isidro, allí podrán contemplar edificaciones que se encaraman sobre los escarpes erosionados por las torrenteras, desafiando las leyes de la estática y de la estética o en el terreno abierto a las dehesas de la alta llanura, en pugna abierta con las seculares encinas que han hecho real la afirmación del poeta de que «apenas si conocen el terreno en que han brotado». O que se bajen a La Vaguada a contemplar el más variopinto catálogo de edificaciones y usos que llegaron hasta desencajar las líneas de una naturaleza original, armonizada composición, y que ahora tiene el valor callejero de un grafiti. Caminos que recorrimos y que los guardamos en nuestra memoria como el camino de La Aldehuela, la carretera de Almaraz y los Infiernos o los caminos de Valorio, bajo las Peñas de San Lázaro, todos señalados para sucesivos sacrificios.

Podría seguir enumerando situaciones que marcan el destino de esta ciudad, que hace no tanto tiempo había trenzado sueños que todos creíamos hacerlos realidad. Como perteneciente a esta generación que ha sido testigo de todas las vicisitudes que ha sufrido la ciudad, casi siempre con efectos negativos, no entiendo cómo no se ha podido llegar a tiempo para superar tendencias de tal índole. Así que estos artículos, pequeña historia de nuestra ciudad, son testimonios aislados que únicamente pretenden recoger claros y oscuros de un pasado que tenemos tan presente y que del lamento de voz que se levanta aislada se convierta en un coro que se oiga bien en los círculos de poder de la ciudad y que se abra la posibilidad de abrir el paso a otras políticas que no constituyan más agresiones a lo que formaba parte del patrimonio heredado que constituye nuestra ciudad. El discurso actual del urbanismo de la ciudad está monopolizado por una clase política. Pero los ciudadanos debemos hacer escuchar el discurso propio, pues la sociedad civil que somos, los sufridos ciudadanos, los que vivimos la ciudad, somos conscientes de la degradación del discurso político actual y una prueba es lo que se está viendo en las transacciones, como mercaderías, que sufre la tramitación de un Plan General tan insatisfactorio.