Benedicto XVI ha pedido explícitamente perdón a Dios y a las personas afectadas por los abusos sexuales contra menores cometidos por sacerdotes. Es la primera vez que lo hace de manera expresa y lo que es más importante, ha prometido hacer todo lo posible para que el abuso no vuelva a suceder jamás. Rompe así con una larga tradición de oscurantismo y vergonzoso encubrimiento de unos actos más execrables aún por la cualidad de quienes los han cometido y de cuya antigüedad y extensión reales, probablemente nunca sabremos.

En una estructura tan fuertemente jerarquizada como es la eclesial, ni el Papa ni los escalones intermedios de la curia pueden mantenerse ajenos a unos comportamientos tan radicalmente opuestos a su prédica o pretender transmitir que no eran por ellos conocidos. Y una vez sabidos, no basta sólo con actuar con agilidad y contundencia máximas cuando estalla el escándalo, es decir, cuando la sociedad toma conocimiento de los sucesos, sino que debe permanecer vigilante para prevenir, o en su defecto castigar inexorablemente cualquier comportamiento o actitud mínimamente dudosos entre sus sacerdotes.

La petición de perdón de Benedicto XVI es un buen avance aunque llegue muy tarde ante hechos tan graves y que forzosamente habían de ser conocidos hace mucho tiempo, aunque no fuera en su totalidad, por el Vaticano. Precisamente la pasividad ante tales hechos puede frenar o bloquear definitivamente la canonización de Juan Pablo II, un Papa ejemplar en tantos y tantos otros aspectos no sólo en el ámbito religioso. En pleno siglo XXI, en una sociedad globalizada, marcada por la extensión del conocimiento y la difusión instantánea de cualquier noticia a cada rincón del mundo, la fuerza de la Iglesia ante los creyentes ya no puede basarse en la obediencia absoluta y sin preguntas y mucho menos en el temor a su poder, sino en la ejemplaridad de su actuación hacia dentro y hacia fuera. De lo contrario, con fe o sin ella, se reducirá aceleradamente la lista de sus seguidores. Un paso previo, igualmente acertado, se dio ya hace algunas fechas con la orden dictada para que cualquier caso de pederastia fuera inmediatamente denunciado no sólo ante los superiores sino ante la justicia ordinaria. Algo que a pesar de ser obvio en el Estado de Derecho, pues no olvidemos que se trata de graves delitos, sin embargo no se venía cumpliendo.

Como en el resto de instituciones, el sometimiento a la ley y la transparencia en el funcionamiento ordinario, lejos de generar debilidad o poner en riesgo la supervivencia, hacen más fuertes a quienes los practican. Además, aunque muchos en diferentes ámbitos se aprovechen de hacer creer lo contrario, la transparencia protege frente al ataque de los enemigos y no al contrario. Y si alguien tiene enemigos que buscan con especial inquina su debilitamiento, descrédito y destrucción, es la Iglesia.

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