En los ensanches se introdujeron soluciones racionales para una conformación de los espacios, construidos dentro de tramas ortogonales, y con un viario de acuerdo con una jerarquización del tráfico. Un tanto importante fue que dotaron a las ciudades de un nuevo tipo de equipamientos para necesidades inéditas y, entre ellos, los de sus parques urbanos. En nuestra ciudad se malogró hacer realidad un parque de cierta entidad y en el sitio adecuado, pero todavía son patentes los equipamientos que propició el Ensanche tales como centros de enseñanzas, servicios de infraestructuras, centrales de redes, etc.

Para suplir la frustración de no haberse logrado el parque, lo que se hizo fue habilitar unas zonas libres del acompañamiento del vial de entrada de la carretera de Tordesillas y se procedió a ajardinarlos. No entiendo cómo se permitió esta invasión de un vial principal. Pero a pesar de lo exiguo del tamaño del parque resultante, este espacio unido al propio de la calzada, que se dejó con un firme enarenado vino a convertirse en el salón de paseo obligado y más concurrido en la vida cotidiana de la ciudad. Para mayor disfrute de la Naturaleza, y como compensación, se contaba con el parque de Valorio, con comodidades como un quiosco para la música, una casa alpina de madera para el guarda y bancos. El parque de la Avenida disponía de un arco de recepción con forma de diadema, una fuente de hierro, un quiosco de música en que se daban conciertos semanalmente y una pintoresca casa de guarda, de inspiración tirolesa. La solución de usufructuar un vial público no podía ser definitiva y así un día, a mediados del pasado siglo, nos vimos privados de esta pieza urbana que se había convertido en el foco de una nueva centralidad, alrededor del que giraba la vida social de los zamoranos. La dualidad provocada por el carácter de arteria de tráfico que tenía inicialmente, para convertirse en virtud de su uso en un equipamiento como espacio de encuentro social, se ha vuelto a repetir en otros escenarios en nuestra ciudad. Por ejemplo, la travesía de Cardenal Cisneros, que es una carretera propia de la red arterial, ha venido a ser, en realidad, una calle comercial y posiblemente la única en la ciudad que tiene todas las características propias y de categoría con arreglo a su actividad y diseño como eje comercial y residencial de rentas elevadas. Su acierto lo ha rubricado una arquitectura homogénea, consecuente con el nivel económico de sus usuarios.

Lástima que la calle, en su acera enfrentada, no tenga la continuidad edificatoria pues la calle-corredor resultante hubiese permitido una mayor concentración de actividades. En el futuro esperamos que este vial quede integrado definitivamente como calle de la ciudad, una vez que se complete la red arterial que la circunvalará y entonces se podrá liberar del tráfico pesado que actualmente la condiciona.

La gente de rentas más altas de la ciudad se había posicionado a un lado y otro del eje de prolongación de la puerta de Santa Clara. En su lado izquierdo, una serie de fincas de mediano tamaño permitió la construcción de chalets de alto nivel y de bloques exentos de viviendas de alquiles. Una heterogeneidad que se podía aceptar una vez que se contaba con el apoyo de la vegetación, que difuminaba los bordes de la edificación.

Enfrentados, y sobre el paseo, se encontraba una finca de mayores dimensiones que las normales en una josa de unas dos hectáreas que contaba con una mansión que en realidad alojaba a toda una saga familiar, los Cuesta, y que suponía un obstáculo para ordenar esta zona y que hubiese podido terminar de conformar el parque. Como las expectativas de la zona habían subido a los niveles más altos de la ciudad, pero las reparcelaciones y aprovechamientos obligados eran asuntos mayores que podían sobrepasar la capacidad de gestión del ayuntamiento, se encargó al Instituto Nacional de la Vivienda emprender la tarea de su reordenación. El Plan Parcial tuvo mayor alcance que el que le correspondía por reglamento, pues vino a cambiar las tipologías y aprovechamiento de las edificaciones que ocupaban las posiciones de primera línea, a un lado y otro del eje del paseo. Así las viviendas unifamiliares se convirtieron en bloques continuos de edificación cerrada y comercial en los locales de planta baja. La zona que quedaba detrás de la trinchera del ferrocarril que discurría paralela a la Ronda fue cubierta y las edificaciones contiguas quedaron situadas en un primer término frente a la ronda. No voy a entrar en la discusión de la conveniencia del cambio radical que sufrió la zona. El Parque se benefició con el aumento de su superficie, pero también la carga visual que supuso el impacto de las altas edificaciones encierra aún más su masa verde. Sí debo referirme a la cortedad de los objetivos del Plan, que se limitó a las reparcelaciones y reparto de cargas y beneficios entre los agentes urbanizadores, propietarios de patrimonios y de predicamento en la ciudad. Atrás se dejaron asuntos como la posibilidad de haber resuelto la apertura de una gran vía principal de acceso a la zona ribereña, que sigue siendo un lugar marginal que la ciudad no ha sabido distinguir y que potencialmente tenía las condiciones para haberse convertido en un barrio con un desarrollo espléndido. Esta gran vía hubiese contribuido a elevar las condiciones de accesibilidad de toda esta barriada y el saneamiento urbanístico y arquitectónico de toda la zona.

Pero aparte del cambio discutible que supuso la tras formación de estos bordes del Ensanche y que influyeron en la pérdida del significado social que tenía el espacio público del Parque, el resto del sector contemplado como Ensanche se desarrolló con unas condiciones de homogeneidad de sus soluciones arquitectónicas y la regularidad de alineaciones y volúmenes, que aunque lleguen a altas densidades no producen el efecto de saturación visible que se experimenta en otras zonas de la ciudad.