La noticia corrió la misma tarde por los pueblos cercanos: Ha muerto la beata de Villalonso. Así era conocida doña Teresa Cabezudo, amable y recatada señora que vivía de sus rentas, en compañía de una sirvienta bajita y paciente; sólo salía de casa para ir a la iglesia; comulgaba todos los días del año y no faltaba a ningún acto parroquial de piedad. Su entierro -en tópica expresión periodística- constituyó una sentida manifestación de duelo: doña Teresa gozó siempre de la estima y respeto del vecindario; además, la difunta había dejado dispuesto que se entregara un pan y medio queso a los pobres que la acompañaran al cementerio; todo el mundo cumplió con el cristiano deber. Al día siguiente mi maestro don Rosalino me preguntó qué me había parecido el entierro; le contesté que muy animado por el gran gentío. -Claro, añadí: ¡Como daban pan y queso...! Recordé que en las elecciones, pan, queso y una papeleta había regalado a cada votante don Lorenzo Pinilla. Este caballero figuraba en la cédula como propietario, vestía traje de paño y sombrero de fieltro y llevaba bastón con empuñadura de plata; pero la gente lo tenía por cacique, con razón. Ingenuamente intrigado, quise saber porqué pagaban lo mismo por votar a don Lorenzo que por ir al camposanto detrás del muerto. Mi querido maestro, profesional ejemplar en todo, nunca dejaba sin respuesta la curiosidad de un alumno: Pués verás, me aclaró: el voto y el pésame son cosas que no tienen precio, porque no está bien venderlas ni comprarlas: se vota por obligación social y se va a los entierros por amistad o vecindad con los familiares. Bonita lección la de don Rosalino; mas la vida enseña que hay gente capaz de comprar porque también la hay dispuesta a vender: todo tiene un precio, sentencia el cínico que juzga aceptable la venalidad del voto. Entonces, no parece una tontería la idea de crear una Comisión reguladora de los Precios del Voto.

El Gobierno ha decidido ampliar el PER que lleva camino de eternizarse y convertirse en «Peromniasaecula». Siempre a flor de piel, ha brotado como un sarpullido la suspicacia maliciosa y lógica: el Gobierno pretende amarrar el «voto cautivo» de andeces y extremeños y conseguir una vez más el triunfo electoral del PSOE. ¿Rara y osada ocurrencia?: pues, no, «ardides del juego son», como es un trampantojo inútil intentar aligerar con el mismo método, las abultadísimas las estadísticas del desempleo; un parado es un parado se cuente como se cuente. Es muy corriente que las decisiones gubernamentales no se valoren en lo esencial sino que sean juzgadas a la luz de presuntas o evidentes intenciones del gobernante. La política entra presurosa en el tiempo áspero de la lucha sin reglas por el voto que hay que ganar «como sea»; vale el lema del edil dispendioso: «por dinero no se va a perder». Sólo sus beneficiarios aplauden con ganas el PER aunque cabe suponer que desearían un sistema más claro y menos criticable en la distribución que obliga a bailarle el agua al alcalde. Acaso inevitablemente el PER es causa de hondos sentimientos por agravio comparativo. Se recuerda estos días que el PER lo pagamos todos; por un lado, hay que aceptado como insospechada manifestación de solidaridad nacional: por otro, parece lógico que el PER sea causa de ciertos sentimientos por agravio comparativo: no es absurdo que pudieran sentirse preferidos Aliste, Sayago y otras comarcas, alistanos, sayagases y comarcas de la siempre depauperada «Raya» .

Imitando al jocundo y sentencioso Arcipreste, «por dos cosas», amén de las consabidas, invita hoy Andalucía: La primera era por el PER del voto cautivo; la otra, por experimentar la «muerte digna», delicado regalo del Parlamento, que se gloria como pionero del «bello morire» en la España de las autonomías .¿Acudirán de toda España a morir dignamente en Andalucía? ¿Se marcharán los andaluces huyendo de la muerte digna? Este es el dilema cuya solución quizá conoceremos algún día: ¿Acudiremos los valetudinarios a Sevilla para acabar a gusto? ¿Emigrarán muchos andaluces huyendo de la muerte digna?