Te veo por las mañanas, muy pronto, bien afeitado, aseado, con un bastoncito, símbolo de mando y de dependencia, caminar con dos nietos. Al uno le llevas de la mano. El otro corre delante de ti por la acera, seguro, porque está bien arreglada, libre de coches y otros vehículos. A los dos les vas enseñando cómo los pájaros vuelan de una parte para otra buscando árbol para poner el nido. Y lo sabes porque les has visto muchas veces y en esta ocasión llevan ya unas hierbas en el pico. Más tarde llevarán, también, algo de alimento para los pajarillos. De paso les muestras las campanas de la torre que tú tantas veces repicas y les cuentas cómo para llegar hasta ellas hay que subir 62 escaleras, labradas todas ellas en granito y formando caracol. Te oigo decir que tú las has subido cientos, miles de veces. Y has avisado al pueblo de fuegos, tormentas, bautizos, bodas, muertes, entierros y misas solemnes y menos festivas. A veces lo has hecho con más alegría, otras con pena, pero siempre has comunicado al pueblo algo en beneficio de todos. Y les dices que como tus piernas ya empiezan a flaquear, es hora de que ellos suban contigo para aprender el oficio, sin paga, de campanero. Siempre es bueno comunicar desde lo alto a todo el pueblo y se tiene buena perspectiva. La campana siempre nos alerta y avisa de algo importante. Y tú eres ese instrumento que hace hablar y entender con un badajo, el metal semicircular, que una vez fue bendecido, bautizado y que tiene hasta un nombre y fecha. Las campanas nos hablan mucho, aunque ahora suenan como esquilas pues las grandes fueron tal vez malvendidas y reemplazadas por otras más pequeñas. Mientras ha llegado el autobús del pueblo anterior. Es pequeño, en él han tomado ya asiento otros escolares y tus nietos te abrazan, se despiden, toman su cartera y se unen al jolgorio infantil. Empiezan una nueva convivencia con sus iguales.

Y tú continúas ayudado con tu cayado, ahora llevando en una lata el desayuno para los perros. También merecen cuidado y tú se lo prodigas. Luego te acompañarán en tus paseos o se tumbarán delante de tu puerta. Ni ladran, ni muerden. Se nota que están bien educados. Tampoco van atados. No como los de la ciudad que dan pena. Siempre con la soga al cuello y tirando de su ama o amo, porque quieren saludar a otros perros o perras que tal vez son guiados por la otra acera y claro no pueden pasar, pero los tuyos gozan de libertad y de tu cariño, pues son mansos. De vez en cuando ven y miran con cierta envidia a los del vecino agricultor en ejercicio que van en el tractor, subidos en la caja e incluso cuando transporta alpacas se acomodan en la más alta. Pero los otros se van y los tuyos quedan gozando de lo que se habla, porque aunque parece que duermen, ellos escuchan y si vas a pasar se apartan con mucha cortesía. Ceden hasta el paso. Te veo más tarde acudir a la gimnasia, que para eso los alcaldes y autoridades superiores cuidan de que haya cursos de mantenimiento, aunque no seáis muchos. Tú y los demás sois acreedores a esos y otros cuidados. Bien es verdad que tantos paseos al campo para trabajar, tantos días detrás de los burros o las vacas arando, tantos días ir a llevar el ganado a las fincas, tantos días ir de caza en busca de alguna liebre e incluso jabalí y en algunas ocasiones hasta poner un lazo o un cepo, pues había que ahorrar munición y no hacer ruido, te han hecho fuerte y la gimnasia bien viene, pero en fin, no te puedes comparar a tus colegas de la ciudad que apenas han caminado por necesidad.

Te encuentro otro día que en lugar de gimnasia vas a clase, casi como tu nieto. Y hasta llevas este periódico provincial y te pregunto qué harás con él. Buscar noticias, entenderlas, leer en voz alta para mantener fresca la memoria y saber lo que pasa en el mundo y sobre todo en la provincia y comarca. Son tus respuestas. De vez en cuando no te falta tiempo para ir a tomar un vinito, solamente uno, y jugar al tute perrero con los demás. Está bien. Hay que hacer convivencia. Y sin ánimo de hacerse rico a costa de ganar a los compañeros. Tienes el día bien distribuido y no te aburres. Siempre hay un vecino con quien hablar, un hijo a quien ayudar o incluso cuidar que las palomas no ensucien demasiado el portal de la iglesia o se metan por agujeros mal tapados o ventanas rotas en la escalera de la torre, pongan sus nidos y dejen piejina. Y mientras tu mujer, también jubilada, a pasear, pues para el médico es la receta más frecuente y sana. Paseo para todos y hablar mucho. Y así con tus 500 euros de paga, apenas te quejas. Poco es pero con regla llega, ya que el huertico que cultivas da de todo. Esperemos no te sancionen por distraerte trabajando un poco como a ese señor de Cozcurrita (ver «La Opinión-El Correo de Zamora», sección Comarcas del día 8 de febrero del presente año) con 6.300 euros, por regar sin autorización 0,15 hectáreas. Y entonces se acabó el sueldo del año.