Dejando a un lado la polémica guerra de las cifras recordarán que fuimos muchos miles de ciudadanos los que, procedentes de toda la geografía española, abarrotamos las calles de Madrid el pasado 17 de octubre para defender el derecho a vivir, el primero y más elemental de todos los derechos, sin el cual todos los demás no tienen sentido. A juzgar por los últimos acontecimientos no parece que aquel grito clamoroso haya movido un solo milímetro las conciencias de quienes tienen la sartén de la ley agarrada por el mango. Pero quien sí va a seguir moviéndose, y todo lo que haga falta, es esa marea ciudadana que a lo largo de esta mañana del domingo se está volviendo a concentrar, no sólo en numerosos lugares de España sino también de Europa y América Latina.

Uno no puede permanecer impasible ante este holocausto silenciado de 120.000 niños que en este país mueren cada año antes de nacer. Uno no puede permanecer con la boca cerrada ante la pretendida sentencia de muerte para tantos no nacidos. Uno ya se empieza a cansar de las enseñanzas positivas y amables sobre la vida que, sin duda, se han hecho y tendremos que seguir haciendo. Uno ya no puede menos de gritar con dolor un ¡basta ya! al drama del aborto. Entre todos podemos parar esta apisonadora de la muerte que busca duplicar los ingresos del gran negocio de los centros abortistas. Además, hará que muchos más cientos de miles de madres tengan que seguir encontrándose en una situación de soledad y desprotección ante las graves secuelas que una decisión así deja en ellas. Lejos de liberarlas se les carga con una responsabilidad que también las convierte en víctimas de sus propios abortos. ¿Por qué no empezar por promover leyes que protejan la maternidad en situaciones de desamparo y que así se evite este crimen masivo y organizado?

A poca conciencia que uno tenga hay que seguir oponiéndose sin descanso a esta ley injusta. Callarse y mirar hacia otro lado para evitar que te hagan impopular al etiquetarte de conservador o integrista es una de las cobardías más frecuentes que, a veces, se detecta hasta en las mismas filas de los cristianos. No podemos cerrar los ojos ante el eslabón de una cadena que es todo un terrorífico proyecto de «ingeniería social» por el que «papá Estado» se convierte en nuestra nueva familia de manera que, poco a poco, nos va modelando a imagen de sus intereses económicos. Controlada la natalidad el siguiente paso será controlar la mortalidad: la eutanasia. Fíjense que alivio sería ya ahora, en tiempo de crisis económica, liberar a la seguridad social de los grandes gastos generados por los ancianos que ya no tienen familia.