En el año 1908 las tierras alistanas sufrieron una de las peores sequías de su historia. En 1909 las mayores inundaciones. La inscripción hecha a puntero y martillo en una piedra de cantería de la ermita de «Los Mártires» de Valer dejaba constancia que fue aquella la primera vez, conocida, que el río Frío se atrevió a bordear el santuario de San Fabián y San Sebastián. Dicen por Aliste que cada cien años las aguas vuelve a su cauce o lo buscan. La sentencia se cumple.

El pasado verano las huertas de patatas, fréjoles y pimientos fenecieron a causa de los calores y la falta de agua que hizo incluso que árboles típicos de la ribera alistana que se desprende de la hoja en octubre la perdieran en agosto. Ya nadie duda que la climatología va dando tumbos de extremo a extremo sin encontrar un término medio. Cierto, se trata de causas de fuerza mayor, pero la realidad es, también, que hasta finales de los años noventa como sucedió antes con las cañadas y veredas de la trashumancia, los cauces de los ríos han sido usurpados por el hombre, sin ton ni son, y sin que nadie se lo prohibiera. Incluso hubo alcaldes que abrieron calles que ahora el río se lleva. Lo mismo pasa con las infraestructuras, técnicos que redactan proyectos calibrando caudales en verano y cuando llega el invierno el agua los arrasa. Los vecinos lo advierten, pero ni caso, que ellos, para eso han estudiado. Tarde o temprano se va a dar una desgracia y luego, seguro, nadie querrá la culpa. No es cuestión de inteligencia, solo de sentido común.