Cuenta la leyenda que Anteo era hijo de Gea (La Tierra). Luchaba Anteo con el forzudo Hércules «a brazo partido». Y, cuando Hércules lo elevaba en brazos y lo oprimía con su extraordinaria fuerza, Anteo se sentía ahogar; pero en su forcejeo lograba tocar tierra, aunque sólo fuera con uno de sus pies. Entonces ¡oh, prodigio! La fuerza de Hércules quedaba compensada porque Anteo recobraba nueva vida vigorosa.

Nací, ya casi hace 80 años, en un pequeño pueblo de la comarca zamorana denominada La Carballeda; el nombre del pueblo Cernadilla, cabeza de Ayuntamiento de su nombre, con dos anejos, y perteneciente al partido judicial de Puebla de Sanabria. Me sucedió lo mismo que a Leopoldo Alas («Clarín»); él lo expresó con frase magistral; dijo: «Me nacieron en Zamora». Yo no poseo facultades para frases tan ingeniosas; pero lo cierto es que mi padre pertenecía al Magisterio Nacional y el mismo año en que yo nací en abril mis padres hubieron de dejar mi pueblo en septiembre, por traslado a Fontanillas de Castro (Zamora); y, sin terminar el curso, otro traslado nos llevó al Concejo de Linares del Acebo (Cangas de Narcea) en Asturias. Después, los avatares de la vida me han llevado por numerosos lugares de España. Sin embargo yo siempre he exhibido con orgullo el haber nacido en Cernadilla; nunca he dicho «de Zamora»; ni siquiera «Puebla de Sanabria», aludiendo a mi lugar de nacimiento.

El hecho de que Cernadilla no se encuentre en la carretera de Villacastín a Vigo, y sólo unas «ventas» jalonaran esa ruta, hizo que, a pesar de haber pasado por allí con cierta frecuencia, puesto que residimos en Requejo cinco años, nunca entramos en mi pueblo (que yo recuerde) en esos años de estancia en tierras de Sanabria. Sí tuve interés en hacerlo y lo llevé a cabo cuando tenía ya 25 años. Un hermano de mi padre fue secretario del Ayuntamiento y del Juzgado de Asturianos (pueblo vecino a Cernadilla). En unos días que pasé en su casa no me privé del placer de conocer mi pueblo. Hice una visita breve; pero la amabilidad del señor cura párroco me permitió visitar hasta la pila bautismal en la que me hicieron cristiano. Desde entonces Cernadilla no había sido más que un nombre en mi documento de identidad y el destino de una carta solicitando mi «partida de nacimiento», necesaria, al parecer, para gestionar la pensión de la viuda, segunda esposa de mi padre, a la muerte de éste. Con la «partida» recibí el sentido pésame del secretario, por la «muerte de su maestro, don Doroteo».

Pero la leyenda de Anteo ha tenido cumplimiento para mí el pasado día 2 de febrero, festividad de Las Candelas en aquella localidad. Desde hace muy pocos años tengo relación con el señor alcalde, don Herminio Aparicio de Barrio, a quien felicité muy efusivamente por logros conseguidos como recompensa a su labor entusiasta en Cernadilla y sus dos anejos. Este año tuvo la gentileza de invitarme, para que conociera mi pueblo -dijo-, a la fiesta mayor del mismo. Correspondiendo a su amabilidad he asistido a la fiesta y, con tal ocasión, pude «patear» sus calles en la solemne procesión y hablar con algunas personas de la localidad. Entre estas personas se encontraban los familiares de la señora Rosario, a la que felicité cuando cumplió 100 años y Pedro Ferreras, que fue alumno de mi padre y me habló de él en términos muy elogiosos. Los familiares de la señora Rosario me manifestaron su agradecimiento y me dijeron cómo habían intentado contactar conmigo por teléfono sin resultado positivo. Seguramente lo intentaron por la mañana llamando a un teléfono que sólo era atendido a partir de las cinco de la tarde.

Estas personas y otras muchas me manifestaron un afecto muy particular sólo con unas palabras de presentación que hacían el señor alcalde, su secretaria, Amparo, su hija, Mª Carmen, y otras personas. Las palabras mágicas que me abrieron el corazón de aquellas gentes sencillas eran: «Este señor nació en aquella casa». Estábamos en la plaza y la casa en que vivieron mis padres y yo nací estaba en la misma plaza de Las Candelas, frente a la iglesia y la ciudad de los muertos que la rodea. Este viaje ha aumentado la lista que tengo de aquellas personas a las que debo gratitud por algún detalle. Comenzaron estos detalles en el mismo hotel de Castro de Sanabria en que me hospedé: alguno de estos detalles, impagable, recordaré siempre. El señor alcalde, su secretaria y su familia ya los habían tenido antes de mi viaje; pero los aumentaron con llamadas telefónicas y haciendo innecesario el servicio de taxi o cualquier otro medio de transporte desde Puebla y hasta Puebla, donde se halla la parada más próxima a Cernadilla del autobús Madrid-Vigo en el que me desplacé. De la fiesta dará cuenta bien cumplida la crónica de Araceli Saavedra en «El Noroeste».

He quedado maravillado de la amabilidad y sencillez de aquellas gentes de mi tierra. Acostumbrado al boato de una ciudad de Andalucía, en la que llegué a ser 2º teniente de alcalde (entre otras cosas), me impactó la sencillez y naturalidad con que se manifestaba mi pueblo con su alcalde, experimentadas en la plaza, pionera en su iluminación con farolas alimentadas por energía solar; ante aquella iglesia, con tejado de pizarra en su integridad; esmeradamente mantenida en el interior, con bancos perfectamente cuidados, repique de campanas a base de megafonía, etc., etc. La grata impresión sobre la continuada labor de don Herminio se corroboró al pisar las calles del pueblo, asfaltadas en su totalidad en contraste con los «polvos y lodos» que se sufrían en otros tiempos allí y en otros pueblos de la comarca.

Pero la mayor impresión me la causó mi propio estado anímico después de este fugaz viaje a mi tierra. Como Anteo, me he sentido rejuvenecer y he experimentado un deseo de volver; regresar a mi pueblo, no en día de fiesta, sino un día cualquiera, en el que la vida, menos rumorosa que antaño, con las muestras de envejecimiento común a casi todos los lugares chicos de la provincia, me ponga en contacto con todos los moradores habituales del lugar y me dé tiempo a disfrutar del querido río Tera de mi juventud, en Calzada, y de sus orillas amenas, así como de la contemplación del pantano, visto ahora de lejos en su rebosante plenitud.

Desde estas líneas, enrolado en el barullo de la Capital del Reino, quiero mostrar a todas aquellas gentes mi gratitud por el día inolvidable en que me hicieron sentir hijo de mi pueblo, Cernadilla. En un lamento, puedo repetir aquella frase de San Agustín: «Sero te cognovi». «Te conocí tarde», lugar en que se meció mi primera cuna. Pero ¡me encontré tan bien recibido entre mis gentes?!