Los que hayan asistido o asistan a la Eucaristía de este domingo podrán rezar esta oración: «Señor, concédenos amarte con todo el corazón y que nuestro amor se extienda a todos nuestros hermanos. Por Jesucristo, nuestro Señor». El amor es, pues, la razón de ser de todo lo cristiano.

Una de las notas que distinguen a la humanidad del resto de las especies es que en ella se puede hablar de la capacidad para amar. Por acción de Dios en el proceso evolutivo, a la instintualidad sucedió la capacidad para el amor. Lo homínido dio paso a lo humano. El amor viene a ser la esencia de la nobleza de lo humano. Pero no a cualquier cosa se le puede llamar amor. «Amar» como «querer» puede resultar ambiguo. Querer puede significar amar, pero también puede describir la voluntad de poseer algo, incluso a alguien. Hoy curiosamente se está dejando de hablar de amor o de amar. El término parece haber quedado recluido en la música y en las telenovelas. Se prefieren palabras aproximadas y menos comprometedoras como solidaridad o cooperación. Al intento de extinción del concepto caridad se le ha sumado ahora el del amor. Aunque existe una «reserva» donde sobreviven estos términos: nuestro lenguaje eclesial. Pero, ¡ojo!, no hay nada que repugne más al amor que convertirse en una palabra vacía, porque el amor es acción, es vida. Como dice el viejo refrán: «Obras son amores». Y las tres notas que lo identifican son: la gratuidad, la compasión y el perdón. Quizás por lo difícil que pueden llegar a resultar se prefiera evitar el concepto y se rebaje su densidad en otros sucedáneos.

Para saber lo que es el amor es necesario haberlo experimentado. Ser y sabernos amados por alguien y por alguien. La mayoría experimentamos el amor en su expresión humana más plena: la familia. Quizás muchos de los que leéis esta reflexión también el amor de Dios, porque «Dios es amor». Y sabemos muy bien que «amor con amor se paga». De ahí que pidamos con insistencia: «Concédenos, Señor, amarte de todo corazón y que nuestro amor se extienda a todos nuestros hermanos».

Y aunque nos toque constatar cada día con dolor que son tantos los que no quieren ni oír hablar del amor de Cristo y comprobemos cómo, de alguna forma, la historia del evangelio se repite: «empujaban a Jesús fuera del pueblo hasta un barranco… con intención de despeñarlo», nosotros podremos vivir unidos a él, donde se hace realidad que «el amor es paciente, amable, no tiene envidia, no se engríe, no es maleducado, ni egoísta, no se alegra con la injusticia, sino que se goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites».