En medio de su noviazgo, una pareja amiga me comentaba que no les parecía lógico que para prepararme para el sacerdocio tuviera que estar tantos años en el Seminario mientras que a ellos, ante algo tan serio como el matrimonio, les despachábamos con un cursillo de una semana... Se hace lo que se puede, pero la puntualización da qué pensar.

Mañana, en el Seminario Menor San Atilano-Casa de la Iglesia, echará a andar un nuevo cursillo prematrimonial, el primero de todos cuantos la Delegación para la Familia organiza para este año 2010, en su doble modalidad (de lunes a viernes, o en fin de semana). Todos ellos se complementan con una oferta similar en los diferentes arciprestazgos de nuestra diócesis. En definitiva, se trata de poner todos los medios para que nunca nos falte el vino de Caná de Galilea, sino que podamos seguir haciendo visible la belleza del evangelio del amor y de la familia.

Desde que soy sacerdote, acompañar alguno de estos cursillos ha sido una de las experiencias más gratificantes. El contacto cercano con parejas jóvenes e ilusionadas y abiertas al misterio del amor en sus vidas, el trabajo en equipo con matrimonios experimentados, la propuesta de una vivencia comunitaria y actual de la fe, la celebración del sacramento del perdón en ocasiones olvidado muchos años antes, o la misma celebración emocionante del enlace sacramental son algunas de las perlas con las que el Señor nos regala a todos los que andamos directamente tras esta tarea. Pero es que además, todos estamos implicados en ella, porque nadie se decidiría hoy por el matrimonio católico si antes no hubiera comprobado en testimonios reales que es posible «casarse en el Señor», como les gustaba decir a los primeros cristianos.

Al abrir la Biblia, en ese primer relato del Génesis -precioso relato, por cierto- vemos a Dios creando no al hombre y a la mujer por separado, sino juntos: Creó Dios al ser humano a su imagen, a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer lo creó... ¡Y vio Dios que era muy bueno! Un escritor contemporáneo resumía en la siguiente frase puesta en boca de Adán: «allí donde Eva estuviera, estaba el paraíso» (Mark Twain). Quisiera dedicar estas líneas a tantas parejas y matrimonios jóvenes que hoy se siguen empeñando en correr esta aventura del matrimonio católico: Queridos amigos, vuestro paraíso particular no será sólo un sitio físico, vuestro paraíso es la otra persona, a la que os entregáis para siempre; y ese jardín, esa entrega, es fuente de vida. ¿Qué más se os puede pedir? ¿Qué más podéis pedir?