No sé a ustedes, pero a mí en estos últimos días me han bombardeado preguntando si puse los zapatos en el balcón y qué regalos me han dejado los Reyes. Siempre he respondido diciendo más o menos lo mismo: que eso lo hacía de crío, que ahora ya no tengo edad para la magia de esos rituales infantiles o que en ese día los protagonistas son los más pequeños de la casa. Ahora bien, dos amigos míos que no se conocen entre sí han coincidido en decirme que soy un racionalista, que la ilusión no debe perderse con la edad y que es necesario hacerse como niños tal y como ya se nos advirtió hace mucho tiempo. Confieso que me han dejado un poco descolocado. A eso se añade que otra persona del alma, un familiar, me dijo el mismo día que debería escribir una carta a los Reyes Magos sin más pérdida de tiempo.

Comprenderán, amigos lectores, que para mí esos toques al corazón han sido como si se iluminaran tres estrellas en la oscuridad. Quién sabe si no habrán tenido algo que ver Melchor, Gaspar y Baltasar quienes desde lo alto me pueden estar diciendo, y posiblemente también a otros muchos como yo, que ya va siendo hora de recuperar la confianza en ellos. Reconozco que me siento un poco avergonzado por mi indiferencia. No merecen el trato pasota que les he dado. Así que no voy a esperar más. Cogeré papel y bolígrafo, nada de ordenador, y como en mi más tierna infancia, me pondré manos a la obra con esa carta. Comenzaré pidiendo disculpas a sus Majestades por haber estado tantos años sin ponerme en contacto con ellos. Les pondré al día de mi situación personal y les daré alguna pincelada del momento social que estamos viviendo en nuestro país y en esta tierra zamorana ya que en Oriente las cosas deben ser bastante distintas.

En esa carta les diré que me preocupa ver personas alejadas de Dios cuando Él ahora está más cerca del hombre que nunca. Les pediré que ese Niño pobre de Belén nos cure de nuestras cegueras, que siga teniendo mucha paciencia con los escépticos y con aquellos que desean firmar el certificado de defunción a la Iglesia. Les pediré que el Niño del pesebre siga ahí, esperándonos a todos, sin forzar a nadie para ir a adorarle, respetando nuestra libertad como sólo Él sabe hacer, dándonos ejemplo de humildad y generosidad, aumentando nuestra capacidad de querer a todos y de creer en Él. A estos Sabios más que regalos les voy a pedir que nos regalen parte de su fe, de su estar abiertos a las sorpresas de Dios, de su dejarse llevar por las corazonadas, de su desapego y capacidad de riesgo a pesar de las dificultades del camino, de su perseverancia en medio de la noche oscura, de su capacidad de adoración y alegría por encontrarse con quien tanto habían buscado. Hasta aquí el borrador de esta carta rezagada.