En estos días recibimos y entregamos deseos de un Feliz Año, lleno de vida, de felicidad. Tenemos más consciencia del tiempo que se nos ofrece: todo un año para estrenar. Un año donde se nos ofrece la posibilidad de realizar día a día el sentido que cada uno hemos dado a nuestra vida. El tiempo es un don gratuito y cada uno nos construimos en él minuto a minuto, opción tras opción. El tiempo nos ofrece posibilidades sin fin, pero hay que cogerlas al vuelo, porque el tiempo corre. Por eso la relación con el tiempo es un desafío que crea tensión. Es más fácil dejarse llevar por los acontecimientos y huir de los desafíos del tiempo. Hay quienes «pierden el tiempo» no se sabe bien dónde y cómo, se sienten perdidos, el propio yo está disperso, confuso, busca siempre experiencias nuevas, porque en el fondo todo es banal y fragmentado. Hay quienes huyen del propio tiempo llenándolo de actividades, sintiéndose importantes por la cantidad de trabajos realizados. Hay quienes ansían parar el tiempo y vivir en perenne juventud idolatrando el momento presente y así se pierde el precioso ritmo natural de la vida, de las estaciones, de la edad que avanza. Incluso hay quien huye del tiempo bloqueando el pasado sin abrirse nunca a la novedad y a la esperanza de lo que viene.

Los creyentes hemos recibido una buena noticia: «Dios nos da su tiempo» –dice Benedicto XVI– Nosotros tenemos siempre poco tiempo y sin embargo Dios tiene tiempo para nosotros. Y el tiempo divino es un tiempo de venida, de encarnación, de encuentro. El tiempo de Dios es la eternidad del amor y de la relación. El hombre, imagen de Dios, tiene la extraordinaria libertad de poder regalar su propio tiempo como signo de su amor por el otro. Es el sentido cristiano, porque es Dios quien ha marcado los ritmos del tiempo.

Por eso el nuevo año, nuestro tiempo, no es una sucesión de horas para llenar, sino un don ofrecido a cada viviente y, por lo tanto lleno de responsabilidad. Don ofrecido para ser entregado: el tiempo nos abre al encuentro con el otro. El tiempo es un espacio común. Podemos decir que el tiempo nace del amor. Amar a una persona es tener tiempo para ella, esperarla y acoger el don de su tiempo, o compartir con ella el propio tiempo como don totalmente personal. El tiempo pasa, pero el amor permanece, llena de sentido la vida y cada uno de nuestros gestos, por pequeños que sean, y la colma de significado verdadero. Decir a alguien «te amo» es como decirle «tú no morirás jamás». Es esa palabra que tiene sabor de eternidad, principalmente cuando se trata de la fidelidad de una vida.