La gaita de fole ha sido desde la noche de los tiempos alma, corazón y vida en los días festivos y jolgorio de «La Raya» de Aliste y Trás-os-Montes, fiel compañera de viaje del alistano como instrumento imprescindible en bodas, ferias, procesiones, romerías, noches de ronda bajo la luz de la estrellas y alboradas iluminadas al alba por los primeros rayos de sol, entre cantares a viva voz, aliñada la garganta con la mejor aguardiente. Nadie nacido en tierras alistanas, aunque el éxodo le lleve al fin del mundo, podrá borrar de su memoria infantil los ritmos escuchados desde la cama cuando los mozos recorrían las calles rondando a las mozas, en noche de hilandares o tras poner el Mayo.

Fue Aliste tierra de grandes gaiteros, Domingo el de Domez o el «Tio París» de Moveros, pero en los años setenta comenzó a languidecer la Gaita, una decadencia que la empujó camino de la extinción. Fue entonces cuando unos soñadores, tuvieron la desorbitada idea, eso parecía entonces, el tiempo demostraría luego lo contrario, de abrir una escuela. Así nacía Aulas de Música de Aliste y Trás-os-Montes hoy buque insignia de la supervivencia del folclore de las tierras fronterizas.

Si importante fue enseñar las notas y entresijos de la Gaita a los niños, más aún lo fue inculcarles el amor, la admiración y el respeto por las costumbres, mañas y tradiciones hasta que descubrieron por si mismos que sin pasado no hay presente ni futuro. Y tocaron, bailaron y vistieron como el abuelo y la abuela convirtiendo en orgullo lo que pocos años antes en época de transición al modernismo de la engañosa ciudad daba vergüenza propia y producía incluso menosprecio y risas ajenas.

La gaita y los gaiteros demostraron ayer a propios y a extraños que la música folklórica, por insignificante que a algunos le parezca, puede ser la semilla de la convivencia y la hermandad, una senda para las celebraciones y la diversión, pero también para dar a conocer más allá de nuestras fronteras los valores endógenos de Aliste y Trás-os-Montes, generando una riqueza social y económica entre las familias que viven y trabajan en la Raya. Está «Tocando la Gaita» se decía antes del vago que no hacía nada. Hoy saber tocarla es una bendición.