Quizá haya quien todavía no le suene mucho el nombre de este gran creyente inglés por el que algunos sentimos una especial admiración y nos alegramos enormemente de que, por fin, la Iglesia vaya a elevarlo a los altares. Nació en Londres el 21 de febrero de 1801 y fue en el Colegio preparatorio de Ealing donde experimentó una conversión espiritual que le puso en el buen camino. Tras sus estudios universitarios en el Colegio Trinity de Oxford, le eligieron para dar clase en el Colegio Oriel, de la misma Universidad. Ordenado para la Iglesia Anglicana fue párroco de Santa María de Oxford, donde ejerció una enorme influencia religiosa sobre sus feligreses y sobre todos los estudiantes en general. A partir de 1833 se convirtió en el dirigente e impulsor de la renovación espiritual anglicana denominada «Movimiento de Oxford». Su formación histórica y teológica sobre los Padres de la Iglesia le llevó a la conclusión de que la Iglesia Católica romana era «el único rebaño de Cristo».

Este proceso significó una prolongada lucha interior, a raíz de la cual se retiró a la preciosa aldea de Littlemore, para dedicarse a una vida semimonástica de oración, penitencia y estudio. Algunos hemos tenido la suerte de peregrinar hasta sus aposentos y disfrutar de la paz que allí se respira. Es en este lugar donde en 1845, Domingo Barberi, misionero pasionista italiano, le recibió en la Iglesia Católica. Esto le supuso ser excluido de sus anteriores relaciones familiares y amistosas y así fue ordenado sacerdote en Roma. Volvió a Inglaterra donde fundó en Birmingham la primera congregación del Oratorio establecida en su patria, a la que siguió una segunda casa del Oratorio en Londres. Fue rector fundador de la Universidad Católica de Irlanda y del Colegio del Oratorio en Birmingham. En su obra clásica publicada en 1864, «Apología pro vita sua», reivindica su sinceridad durante el tiempo que permaneció en la Iglesia Anglicana y donde también defiende a la Iglesia Católica.

Trabajó incansablemente por los pobres de su Parroquia de Birmingham, y mantuvo una enorme correspondencia personal (más de 20.000 cartas) en la que ayudó a innumerables personas, católicos y no católicos, a superar sus dificultades religiosas. Sufrió mucho a causa de malentendidos, sospechas y oposición contra él por parte de algunas autoridades eclesiásticas pero se mantuvo siempre totalmente leal a la Iglesia; de hecho en 1879 el papa León XIII le nombró cardenal, con alegría de todos los ingleses. A su muerte, el 11 de agosto de 1890, hasta la misma prensa anglicana dijo que él, más que nadie en Inglaterra, había conseguido el cambio favorable de actitud de los no católicos hacia los católicos.