Comienza la temporada y no precisamente, al menos no sólo, la futbolística. Ahora es otro el campo a preparar, otros los contendientes. Personal docente a un lado, alumnos a la otra parte. Una vez fijado el campo, se inicia la contienda. Sí, y a propósito lo digo, «contienda» porque el mundo de la enseñanza es una lucha, hemos decidido que así sea. Quienes hace tiempo dejamos la docencia no paramos de oír a los que permanecen: «no sabéis ya lo que se cuece aquí». Y el «aquí» es un aula, un cuadrilátero, una cancha, un coso taurino en el que, quien más quien menos, lo que espera ya no es un trofeo por seguir sino cómo salir con las menos heridas posibles.

He terminado de leer «La sombra del viento» de Carlos Ruiz Zafón. Me ha gustado el libro porque sobre un fondo de novela, que habla curiosamente de libros, se aventuran opiniones sobre aspectos tan diversos de la vida como la sexualidad y el amor, el matrimonio y la educación, los recuerdos y la muerte… En esas páginas, y en boca de un catedrático de Instituto, he leído las afirmaciones más crueles y descorazonadoras, que se pueden aventurar. Tal cual no las suscribo pero, por más que ambientada la novela en el siglo pasado bien se ve que el autor traslada al nuestro sus reflexiones: «Uno se cree a salvo de la barbarie, pero siempre vuelve y nos ahoga. Yo lo veo todos los días en el Instituto. Válgame Dios. Simios es lo que llegan a las aulas. Darwin era un soñador, se lo aseguro. Ni evolución ni niño muerto. Por cada uno que razona tengo que lidiar con nueve orangutanes».

Asignatura pendiente y grave problema es la educación, por encima incluso de la crisis económica y de esa gripe A, que pugna, dicen, por colarse en nuestras aulas. Profesores insatisfechos, cuestionados de continuo en su profesión, forzados a una difícil adaptación a continuas reformas educativas, cada cual a peor; padres ausentes y faltos de compromiso en contraste con las expectativas que se crean sobre el futuro de sus hijos. Lo conveniente y atinado es que, sabiéndonos suspendidos en instancias europeas, todos nos pusiéramos manos a la obra para coger el toro por los cuernos. No ha sido, no es así. Los partidos han seguido haciendo de la reforma educativa bandera de la discrepancia política, perdiendo una oportunidad única para sacar al sistema educativo de las estériles controversias nunca resueltas y para prepararlo para responder a los verdaderos desafíos del momento. Adolescentes y jóvenes hacen cola para pagar a escote el alto precio del desconcierto de la sociedad. Y conste que, tal como están las cosas hoy en día, ya no es dable hablar en conjunto de «víctimas inocentes», muchos de ellos se lo están ganando a pulso.