Tomo prestado el nombre con el que los palentinos conocen a su catedral: La bella desconocida, para aplicárselo a un lugar y a una persona. El lugar, un descubrimiento del que estoy prendada, se llama Estancia Piedra. La persona, a cuyo encanto estoy prendida, se llama Inma Cañibano. Inma es el alma de ese paraje hermoso y escondido. Una bodega que se yergue majestuosa sobre un mar de viñedos, entre los ríos Duero y Guareña que le prestan su frescor. Me gusta el paraje, las edificaciones, el toque femenino que se nota con sólo acceder al lugar, el silencio, la paz que rodea el lugar y el buen vino que impregna con su aroma las estancias de ese lugar privilegiado de ese terreno inmenso con vocación vitícola. Razón tenía mi querido Agustín Collazos, director del Hotel NH. Pero lo que más me gusta es el alma del lugar o lo que es igual, Inma, una mujer de bandera, jabata como ella sola. Inma es quien ha dotado de vida la bodega. Los vinos han puesto aroma y sabor, pero Inma les ha dado lo demás.

Es una mujer que se mueve como pez en el agua en un terreno difícil y duro, en un terreno hasta no hace tanto reservado a los hombres. Pero esta mujer coraje y capaz donde las haya, que todo lo domina en el mundo del vino, se sobra y se basta, al amor de los que la admiramos y queremos, de los que la llamamos amiga y le damos nuestra amistad, para gobernar con mano firme la bodega y el prestigio que acompaña a sus elaborados.

Me decían unos amigos de Madrid, que con tres o cuatro Inmas, Castilla y León y, cómo no, Zamora, saldrían de esa postergación, de esa inercia hacia la nada en la que se encuentran con el empujón de los que callan y por lo tanto otorgan, de los que consienten y de los que hacen de la indiferencia la norma. No les falta razón. Inma Cañibano es mujer de ideas claras, que sabe lo que quiere y hacia adonde va, y con la cabeza bien amueblada. Así da gusto.

Cuan afortunados somos en Zamora al poder presumir de lo que tenemos. No sabemos valorarlo, no sabemos apreciarlo y por lo tanto no sabemos venderlo. Eso ha pasado siempre y parece que así va a ocurrir mucho tiempo más. No somos capaces de aprender del pasado, la escuela permanente para todos.

Qué pena me da que en la provincia de Zamora no se haya sabido potenciar el encanto de nuestra particular «bella desconocida», la bodega con alma de mujer: Inma Cañibano.