Han pasado unos años desde que el Ayuntamiento eligió el Castillo para instalar el Museo de escultura de Baltasar Lobo, cuyo proyecto fue encargado al prestigioso arquitecto Rafael Moneo, con experiencias museísticas de éxito como las de Mérida y El Prado. Aunque la fortaleza histórica presentaba limitaciones para las exigentes funciones que un museo de arte del siglo XXI requiere, no parecían insalvables. Se dividieron las opiniones por el lugar elegido, sin embargo a mí entonces me pareció aceptable por encontrarse en el punto clave del itinerario turístico de la ciudad.

Una vez redactado el proyecto se procedió a la excavación del foso y al saneamiento de los muros del mismo, muy deteriorados, descubriendo los cimientos a gran profundidad. El movimiento de tierras en la liza fue dejando ver la planta original con varias torres truncadas y puertas, (alguna extraordinaria) que ahora ofrecen unos espacios colosales que dan idea de lo que fue la primitiva fortaleza. El arquitecto director, Paco Somoza, (quién cordialmente nos ha mostrado con detalle la obra y explicado el proceso a un reducido grupo de gente del arte) ha proyectado unas plataformas o pasarelas de granito de Zamora con algunas zonas con madera africana cuyo resultado no molesta a la obra original y permite discurrir cómodamente por los nobles espacios. En lugares estratégicos se han colocado ocho esculturas de Lobo. Me satisface la complementariedad y el respeto como lo ha tratado Somoza. El museo pues, al margen de lo que pueda proyectar Moneo, empieza ya en la liza al aire libre.

Estos hallazgos arqueológicos naturalmente han frenado el primer proyecto de Moneo y exigen considerar, si procede construir dentro de este "nuevo" Castillo. En el mes de enero leí en este periódico unas declaraciones del arquitecto navarro que me han parecido muy tranquilizadoras. Decía que «habría que prescindir del planteamiento inicial por los hallazgos arqueológicos» y añadía, «me atrae la ciudad y la figura de Lobo por lo que representa para el arte español» y continuaba, «creo tener flexibilidad suficiente para entender que seguir obsesionados con plantear mi edificio sobre el Castillo, sería posible pero me parece que tiene más sentido el utilizarlo como marco y ver si en otro ámbito podemos resolverlo. Me atrae realmente hacer este trabajo». Queda clara la sensibilidad y honestidad del arquitecto, respetando la importancia del hallazgo arqueológico.

Este Castillo descubierto no tiene apenas que ver con el que conocimos. Entiendo que ahora se ha convertido en una de las mejores muestras de la arquitectura histórica de nuestra ciudad y como tal hay que respetarla. Con mi admiración por Baltasar Lobo, a quién tuve la suerte de conocer y a quién dediqué varios artículos allá por los años setenta para reivindicar al escultor y al hombre, cuando en Zamora apenas le conocían un puñado de sus paisanos, tengo que ser sincero y reconocer que no me parece procedente edificar dentro de la gran fortaleza recuperada. En todo caso se podría idear un cierre transparente para proteger los hallazgos del patio de armas. Lo importante es que el Museo de Lobo ya está iniciado. A Baltasar creo le gustaría como está representado con algunas de sus esculturas dentro de estos impresionantes muros a la luz del cielo en la ciudad del Romancero. Ahora falta dilucidar como se sigue al exterior.

Me atrevo a sugerir que se podría enlazar la obra expuesta en el Castillo con el edificio de la Casa de los Gigantes a través de los jardines rebajando la cota actual a la de la puerta, creando una amplia plataforma de césped para colocar las esculturas de gran formato, al modo del Museo Leku, de Chillida, en Vizcaya. Creo sinceramente que donde mejor puede estar la obra de un escultor es al aire libre. La Casa de los Gigantes tendrá que ser ampliada para instalar la de menor formato, dibujos y en fin los servicios que un museo del siglo XXI requiere.

Perdónenme el Sr. Moneo y Somoza por el atrevimiento de sugerir estas modestas pautas desde mi condición de amante del arte, con el ánimo de acercar a los zamoranos a este acontecimiento cultural de primer orden. Ahora el talento de Rafael Moneo tiene la solución. En buenas manos está el pandero.