No cabe mejor preámbulo, en las vísperas olímpicas, que la reciente cascada de entorchados de deportistas españoles en competiciones internacionales del máximo prestigio. A la explosión de júbilo tras la consecución del cetro continental futbolístico por la generación del toque, tocada en su conjunto por la varita mágica del talento y el orden, siguió la exhibición majestuosa de Nadal, capaz de segarle la hierba bajo las zapatillas de tenis al número uno del mundo en Wimbledon. Y ayer fue Sastre quien pedaleó de amarillo hasta la gloria de los Campos Elíseos, un abulense enjuto y fibroso que le hizo un traje a los favoritos en las curvas sinuosas y empinadas de Alpe D´Huez, montaña mágica y mítica del ciclismo. Y como anticipo de un agosto de medallas y diplomas presenciamos durante la última semana el rodillo inmisericorde de la selección de baloncesto, que aplasta a sus rivales y los hace pasar sin piedad, uno tras otro, por el aro olímpico. La mejor generación de la historia prepara las maletas para Pekín: por fin nos tocó la china.