Es conocida la anécdota: Al final de una batalla de las guerras de Flandes, el capitán francés victorioso le preguntó al español vencido cuántos hombres tenía su compañía al comenzar la pelea. Lacónica respuesta; contad los muertos. Hace tiempo que por curiosidad repaso las esquelas mortuorias de los periódicos. Todas, salvo rarísimas excepciones, se cobijan bajo la cruz y anuncian funerales. Recuerdo entre las excepciones las esquelas laicas de Jesús de Polanco y su hija; más raro, el caso de Ferrer Salat con sus recordatorios católico y masónico. Tal vez no resulte exagerado afirmar que casi todos los avisos mortuorios de los periódicos se refieren a personas católicas cuyos nombres figuran en el libro parroquial de bautizados. Aunque el dato se considere solamente en su aspecto sociológico, no deja de ser relevante en política. Es cierto que las esquelas no dan la medida exacta de los católicos españoles ya que son muchos los que se van sin aviso mortuorio en periódicos y emisoras de radio; sin embargo, reafirman la inmensa mayoría católica en la realidad religiosa de España. Conviene recordar esta importante circunstancia que el laicismo dominante pretende ignorar o soslayar. Paradoja o no, el óbito del laicista extremoso podría ser noticiado mediante la esquela con cruz, que no distingue la condición social ni la militancia política del finado. Además, bien dijo el que dijo que "nunca se sabe". Por eso nunca será lícito dudar de las esquelas. El Dr. Pérez Cáceres, bondadoso obispo de Tenerife, no se angustiaba por los fieles que se pasaban al protestantismo; "al final, me decía muy seguro, todos se acordarán de la Virgen de Candelaria". Fácil se lo ponía a los suyos otro obispo de cuyo santo nombre no me acuerdo; cuando lleguéis arriba les aconsejaba, decid que sois de Cuenca y pasad.

Consoladoras anécdotas aparte volvamos al tema. Las esquelas mortuorias corroboran que España es mayoritariamente católica pese a quien pese. Acierta Jáuregui: "España es como es"; entonces... Es una evidencia tenaz que el gobernante honesto y perspicaz debiera tener en cuenta porque pronto o tarde, la mayoría se cansará del maltrato. Otra vez se ha suscitado el tema de la presencia del Crucifijo y la Biblia en el acto del juramento o promesa de los ministros. Lo ha llevado al Congreso el doliente líder de IU; nadie tiene derecho a meterse en interioridades y no vamos a tener en cuenta la opinión de los que creen que Llamazares intenta recuperar espacios perdidos y que actúa al servicio del gobierno socialista, con disgusto de las bases que hoy por hoy le quedan. Pero su protesta radical de retirar los símbolos religiosos de la ceremonia de la jura de los ministros ha dado pie al partido en el poder para presumir de prudente, civilizado, benigno y nada alocado. Cada cosa a su tiempo por ahíta no habráles de retirada de símbolos religiosos; se prefiere que vayan desapareciendo paulatinamente y sin sustos o sea que la Biblia y el Crucifijo están condenados a destierro. "En la toma de posesión de los ministros el crucifijo está de más". La irrespetuosa genialidad lo deja el paro, que es lo que significa estar de más. No se tiene en cuenta la contradicción que supone dejar sin los símbolos acostumbrados al que jura utilizando una de las dos fórmulas legalmente admitidas. Es sabido que se jura por Dios, y se promete por el propio honor; curiosamente se equiparan Dios y el honor; es muy vieja la tentación de ser como dioses.

¿Por qué -para quitarse de cuidados como el mañico- no se prescinde de juramentos y promesas en las tomas de posesión? Parece obvio que la aceptación de un cargo implica el compromiso formal de servirlo con lealtad y honesta intención. En cierta forma, obligar a comprometerse ante Dios o el pueblo, entraña cierta desconfianza en los "misacantanos". En realidad, prometer o jurar vienen a ser lo mismo; lo importante es cumplir. Pero el que no jura está asegurado contra perjurios y el que promete solamente puede caer en la traición. ¿Para qué ponerlos en trance tan peligroso?