Ya está dispuesto el tinglado para el doble cara a cara entre los dos máximos aspirantes a la victoria electoral. Cerca de un millón de euros costará el singular evento televisivo de los dos esforzados campeones de la propaganda política; el reto se vende por sus palmeros como la mayor ocasión servida a los televidentes españoles hasta la fecha. Se cree que en el doble debate ante millones de espectadores ha puesto cierta segura esperanza de triunfo final la candidatura socialista que, por cierto, en la preparación del tinglado ha conseguido imponer sus criterios y exigencias al mollar y complaciente PP. Confía Zapatero en que una amplia participación del electorado volcará las urnas a su favor; en consecuencia, se afana en programar una llamada contundente y eficaz, a propios y extraños. Cuanto antes y como sea, según se le oyó murmurar ante micrófono engañoso. Se le ocurrió inyectar tensión y drama a la campaña, como conoció la ciudadanía merced al fallo puntual de otro micrófono traidor (y van dos). A las postres el recurso podría devenir en resultón, aunque a los estrechos les parezca poco moral; pero todo el mundo ha ido asumiendo que en política la corrección y la moralidad no son sinónimos.

En cambio, es muy lógico suponer que si se consiguieran audiencias multimillonarias en los dos debates televisados, se aseguraría una afluencia a las urnas, numerosa y determinante. Lo que demostraría el efecto correlativo entre el número de televidentes de los debates y el de los votantes; el hecho sería de agradecer por el candidato que más agua se hubiera llevado a su molino. Ocurre que algunos comentarios mediáticos han comenzado a sembrar dudas sobre el poder de convencimiento que se atribuye a los "tête a tête" entre los jefes supremos de los partidos; la gente no se calienta por mucho fuego que echen a sus discursos los contendientes. Digan lo que digan, es ciertamente desconsoladora para los entusiastas del sistema, la conclusión de los aguafiestas: pocos o ninguno de los espectadores cambian de propósito arrastrados por los argumentos explicitados en los debates; tal vez les ocurra lo que al lego en el sermón y salgan con la cabeza caliente y el corazón indiferente.

En todo caso, hay que esperar que la curiosidad siente a millones de españoles ante las pantallas para asistir al fenomenal duelo entre don José Luis Rodríguez Zapatero y don Mariano Rajoy. Todo el mundo cree estar en el secreto de lo que cada cual dirá, y que ciertamente poco o nada tiene de arcano verdadero; sin embargo, no hay que dar de mano a la posibilidad de alguna sorpresa, de la revelación de algún as sacado de la manga; no en vano se ha comparado la política con juego de tahúres donde canta las cuarenta el más hábil o el más afortunado. El espectador poco enterado de la intrincada peripecia política, acaso acierte en su quiniela de buena fe; acaso se vea impresionado y ganado por el escenario del espectáculo diseñado y realizado según las técnicas más modernas de la publicidad: suena a paradoja pero es bien cierto que una iluminación acertada puede influir en el espectador tanto como un argumento correctamente expresado. A los peritos en arte de tanta dificultad les sobran motivos para mostrarse satisfechos y orgullosos. Los partidarios de uno u otro candidato no aventuran quinielas sino afirmaciones rotundas. En cuanto a la reacción del mundo mediático, tampoco son de esperar sorpresas en la valoración de la intervención de los dos contendientes. No hace falta conocer el paño como El Emérito para adelantar las opiniones de avezados comentaristas que dentro de unos días leeremos. Mejor, contumaces que veletas.