El Colegio Juan XXIII va a derribarse para levantar sobre su solar un edificio más actualizado con las exigencias del momento después de medio siglo de su andadura, a través del cual hay qué ver la de cosas que ha visto pasar por la Cuesta del Bolón, por la Cuesta de la Morana y avenida de Galicia y hasta por la calle de La Salud y hasta por los aledaños del pago del Culebrón.

La Corporación Municipal celebraba, como despedida de año el 30 de diciembre del año 1957, una sesión extraordinaria en cuyo Orden del Día figuraba la cesión de cuatro mil setecientos sesenta metros cuadrados para levantar un colegio con dieciséis unidades, ocho para cada sexo, como consecuencia de la expansión demográfica del conocido como Alto de San Lázaro, bien recordado porque mirando hacia Valorio se situaron en su día los Molinos de Viento para cubrir la demanda del mundo agrícola predominante en la zona, con una saga de ricos labradores que llegan hasta fecha que recordamos. La construcción de la nueva parroquia va a dar bajo su advocación definitivamente nombre a esta destacada barriada, de las primeras en la expansión de la ciudad con la construcción de los bosques sindicales.

Un fondo de inquietudes muy definido y concreto que mezclará ideologías, tendencias, recuerdos y corrientes modernas hará surgir aspiraciones y rupturas contribuyendo de manera definitiva a consolidar en el barrió el carácter de inquieto. La cesión de esa casi media hectárea de solar va a permitir levantar dando cara a la calle del Río Conejos el colegio que llevará el nombre de un Papa, resolviendo la demanda que la expansión del barrio demandaba con insistencia. Inaugurado el colegio, su historia está marcada en los miles de alumnos que por esas casi treinta aulas han pasado. Muy larga es la lista y las referencias que de él se pueden hacer, desde su amplio y generoso patio a su frontón en uno de los ángulos del patio. Este colegio albergó en sus aulas, posiblemente el primero de España, una unidad para tres años, respondiendo a la explosión demográfica de la nueva barriada y fue doña Pacita la encargada durante muchos años de dirigir aquella unidad que encabezaba las cinco aulas de párvulos.

Doña Concepción Prieto Cereceda, en los primeros años de vida de nuevo colegio, marcó su ritmo y le sigue don Julián de la Fuente Mangas, un deportista de élite, que vive con intensidad ese día a día de un colegio que vive los tres cuartos del millar de alumnos, con la variante del comedor, el gimnasio decorado por un maestro interino, Fernando Pastora Herrero, con alegorías deportivas, en tiempos de cambios y de incertidumbres que hacen más difícil la labor de una dirección.

Gracias, Julián, porque seguí tus pasos y tus lecciones con toda fidelidad y eficacia a pesar de las circunstancias que se vivían en el ecuador de esa década del setenta. Le sigue Fernando Domínguez, gran conocedor de la barriada con más de una veintena de años de secretario del centro que vive poco antes el declive de la población. Con él llega la informática y de nuevo vuelven los comedores a ser reclamo permanente en muchos de estos colegios. Al iniciar Fernando su período de director de los veintisiete de la plantilla del colegio sólo cuatro varones, el resto era el mundo femenino el que ocupaba las aulas. A Fernando le sucede Angel, que según parece va a ser el que vea el derribo de un colegio que nació cuando agonizaba el año 1957 y sin duda él inaugurará el nuevo y curiosamente en otro siglo con luces nuevas, pero con muchas nieblas y sombras. Vamos a esperar para no ser agoreros.