Sed non eran hiis locus", no era el lugar a propósito; han pasado veinte siglos, y muchos hombres públicos ignoran la sensata lección del clásico, que corrobora este adagio popular; cada cosa en su sitio. En este sentido resulta elemental la rápida reacción de los medios a las recias declaraciones de Rodríguez Zapatero, en "corrillo informal" con periodistas. En efecto, el Palacio Real y la celebración de la Pascua Militar no pueden considerarse lugar y ocasión idóneos para comentar contenciosos ajenos al acto y planteamientos sospechosos de electoralismo; no es posible eludir la doble condición de Rodríguez Zapatero como presidente del Gobierno y cabeza de la candidatura socialista a las próximas elecciones. Tal vez alegue en su descargo que no hizo otra cosa sino responder a la justificada curiosidad de los periodistas; pero la prudencia le vetaba lo que acaso le pedía la amabilidad; y, todo hay que decirlo, el deseo de aprovechar el momento. Puede estar seguro de que los informadores habrían comprendido y aceptado, de mejor o peor gana, la disculpa lógica y conveniente.

El intempestivo y descomunal ataque de Rodríguez Zapatero a determinadas jerarquías de la Iglesia es buena prueba de que aún escuece el innegable éxito de la millonaria concentración en defensa de la familia cristiana. En un principio, ZP se había manifestado "suaviter in forma", dejando las acusaciones agrias y los gestos destemplados a José Blanco y otros cristianos, militantes en el socialismo, tan ejemplares como Vázquez, nuestro hombre en Roma. No habrá parecido contundente y eficaz la respuesta, cuando el presidente ha decidido hacerla más radical y destemplada. Contra toda evidencia de participación en el singular evento, se ha afanado en concentrar su requisitoria en los cardenales Rouco Varela y García-Gasco obviando la alocución de Cañizares, la presencia del presidente de la Conferencia Episcopal y de medio centenar de obispos y los mensajes de los cardenales Martínez Sistach y Amigo. No es correcto olvidar que Benedicto XVI con su saludo por videoconferencia prestaba la máxima representatividad a los concentrados y autoridad doctrinal al lema de la convocatoria. Se nos antoja ingenuidad de acusador sin argumentos de algún fuste, afirmar que la concentración por la familia no era un acto de Iglesia; pues la verdad es que a muchos así les pareció. En todo caso fue un acto avalado por el Papa convocado por la jerarquía; presidido por la cúpula de la Iglesia española y que contó con la asistencia de muchos centenares de miles de fieles entusiastas, pacíficos y alegres. ¿Que las quieren para concederle alguna significación? ¿Acaso representan mejor a la Iglesia española los cristianos socialistas?

Algún periódico ha elevado a titulares el afán de Zapatero por dividir al Episcopado, estableciendo un parangón entre el "sensato" Blázquez, presidente de la Conferencia Episcopal, y el arriscado cardenal arzobispo de Madrid. Dividir al enemigo para derrotarlo suele resultar un método eficaz; pero nunca se tuvo como digno y honesto oficio el de cizañero. Intentar introducir en un cuerpo social ya desunido nuevos motivos de discordia, puede resultar contraproducente si es tomado como un oportuno aviso a la unidad. Son visibles las quiebras de la unidad en la iglesia aunque no se detecten tan profundas como en los tiempos de la Conjunta y, de la Hermandad Sacerdotal de San Antonio María Claret que se mostraban irreconciliables en sus opiniones y programas; como es sabido no preocupaban por igual al cardenal Tarancón, hoy recordado con afecto en el Centenario de su nacimiento. Cabe esperar que una oportuna alerta evitaría la fractura. Tal vez se haga demasiadas ilusiones Zapatero al afirmar que afortunadamente la Iglesia es plural; es presumible que no todos los obispos opinan en todas las cuestiones como el cardenal Rouco Varela; en las cuestiones dudosas, libertad. ¿Creen Zapatero y sus socialistas cristianos que monseñor Blázquez duda en temas como el aborto, el divorcio-express el matrimonio-gay

y la imposición de la Educación para la Ciudadanía?

El problema no se circunscribe a figuras políticas y eclesiásticas; su calado es mucho más hondo.