Desde que está en la oposición, Rajoy ha empezado a adoptar prácticas de vida política saludable basadas en los paseos, algún ejercicio y mucho aire libre. Todo por fortalecer el cuerpo electoral que tras varios años de gobierno se había acostumbrado al sedentarismo del sillón de mando, el aire viciado del despacho tras largas horas de ejercicio del poder, las comidas rápidas tragando sapos para desayunar y las espaldas encorvadas de echarse sobre ellas tantas y tan pesadas responsabilidades.

Va a ser verdad que el ejercicio del poder corrompe, y si el poder es absoluto, corrompe absolutamente. Al menos por lo que tiene que ver con la salud democrática, esa que se deteriora con las toxinas acumuladas por el régimen absoluto, hasta que el cuerpo electoral comienza a dar los primeros avisos tras los chequeos periódicos a que se somete la actividad política, a través de los análisis estadísticos desfavorables y el pulso de la calle que lleva su propio ritmo a veces totalmente discordante con el del poder.

Cuando el cuerpo electoral dice ¡basta! porque se ha perdido la línea tras los continuos atracones, los dirigentes de la derecha ordenan practicar el sano ejercicio de manifestarse con megáfono y pancarta, o salir a pedir por las esquinas donde ladraban los perros del rencor hoy en el gobierno una firma, por favor, a la gente que sigue en la calle perdida.

Los que no hemos perdido la salud democrática de estar en la calle acompañando a los que piden soluciones a sus problemas, pulsando el latir del corazón de la gente con corazón y recogiendo firmas para hacer llegar su nombre a los registros de un poder insensible que los convierte en números, asistimos atónitos al desembarco de estos extraños compañeros de calle que hace unos días despreciaban nuestra manera de entender la democracia y la llamaban demagogia, porque para ellos como para el Rey Sol de Francia, la democracia eran ellos y la suma de sus escaños.

Mis entrañables y valientes compañeros, y con ellos todos los ciudadanos de las calles

de esta provincia que se han manifestado en las huelgas generales, en los primeros de mayo, en las convocatorias pro campus, pro hospital, pro desarrollo; contra el cierre de trenes, de fábricas y de futuro...

Los que firmaron para que la jornada laboral fuera de treinta

y cinco horas, para que no se derribaran las aceñas, para que se aprobara una carta de derechos sociales en la comunidad (mucho antes de que el estatut catalán hiciera lo mismo para los catalanes); los que hicieron llegar su firma contra la construcción en San Isidoro y las antenas de telefonía cercanas a sus casas y a nuestras escuelas,

a favor de un puente aguas abajo del viejo Duero y del mantenimiento de la Selectividad y otros servicios que se iban cerrando...

Los que pedimos que se hiciera un referéndum para no colaborar con una guerra como todas injusta y además ilegal, donde se intercambiaban vidas humanas por petróleo...

¡Todos! fuimos despreciados por el poderoso político de turno que ocupaba el sillón según las épocas y lugares en que estos hechos acaecían.

Y ahora nos los encontramos a la vuelta de la calle que habían perdido desde antes de que el fundador señor Fraga proclamara mintiendo, como ministro de Franco, "la calle es mía"... De sus policías, de sus generales.

Pero no era suya ni lo ha sido nunca, lo sabemos, porque nunca les hemos visto los que no hemos salido de ella.

Porque no basta con sacar las corbatas a pasear para curarse

en salud sólo cuando han perdido el sillón donde alimentaban sus bien nutridos bolsillos y crecidos egos. Para estar en la calle hay que saber aguantar el frío de fuera al que tanto miedo tienen los del despacho calentito, que tiemblan sólo de pensar que los echan.

Si no vienen "a atajar la calle, que no pase nadie", ni con antidisturbios o tanques, que es como siempre han salido, sino con pancartas, palabras y papeles para firmar, serán bienvenidos a la saludable democracia participativa que tanto desprecian.

Lo que tiene de bueno la calle es que siempre corre el aire libre y por eso no hay quien la controle. ¡Salud!