Posiblemente sea su obra una de las atracciones y uno de los recuerdos más llevados y traídos por cuantos visitan nuestra ciudad: Viriato, el Pastor de la Lusitania que tuvo en jaque durante décadas a las legiones romanas que trataban de dominar definitivamente la que sería la provincia de Hispania, una España que nacía hace más de dos mil años y que dada su generosidad iba a definirse como provincia frumentaria y que iba a dar a la Roma Imperiar cinco emperadores. Y no sólo emperadores conquistadores con visión clara de lo que es y significa la expansión, sino que también le dio al Imperio pensadores que acompañaban su alta intelectualidad con la labor poética.

Y además de trigo y cebada, vino y aceite, además de ser la provincia clave que dio una gigantesca élite de intelectuales y de pensadores hasta el punto de que la Edad de Plata de la Literatura latina de esa época se fija en esta provincia frumentaria del cuerpo y del espíritu del Imperio. Buena ocasión para recordar esta historia ahora cuando aquella Hispania parece tambalearse por la ignorancia de unos, la irresponsabilidad de otros y por la pereza mental que es otra forma soslayada de ignorancia, y desde luego por la cobardía permanente de casi todos.

Con Viriato y su conjunto gracias a Eduardo Barrón conservamos una referencia de aquel lejano pasado y al mismo tiempo le recordamos a él, que creó y dio forma y yo añadiría que hasta vida a su obra, porque vida son los millones de niños que han jugado con esa cabeza del ariete, han comenzado a trepar sobre esas hachas germánicas que clavadas con la cabeza hacia abajo son símbolo de las legiones vencidas por el caudillo lusitano. Y si Roma no pagaba en aquella lejana época a los traidores, tampoco en ésta más cercana pagamos siquiera con un grato recuerdo a quien nos legó uno de los símbolos de nuestra ciudad. No bastan unos jardines a quien fue el primer director restaurador del Museo del Prado: esperemos que nadie reivindique expolios de aquel tiempo en tan singular pinacoteca, dada la epidemia desatada a través de la división administrativa de la Hispania Romana.

Días pasados hemos conocido que se va a fundir una obra póstuma de Barrón, que tiene como protagonista al emperador romano que ha pasado a la historia por sus tenebrosas reacciones al que acompaña en la escultura a un hispano, que llena la cabeza de orden, de pensamientos trascendentales y de nobles y decisivas conclusiones. Es otra de las obras de nuestro escultor, que no digo que se ponga en el otro extremo de la cabecera de la Plaza ya premiada y enriquecida con el conjunto del caudillo Viriato, pero sí en cualquier otra plaza donde constituiría un motivo al que está obligada esta ciudad y esta provincia en recuerdo del genial escultor y además porque estamos en Hispania y cuando algún voceras intenta tapar su ignorancia con una salida de pie quebrado no hay más remedio que reaccionar con esa entereza, esa elegancia y esa valentía que sólo tiene una razón: La de la inteligencia, la del sentido ordenado y claro además proyectado siempre hacia el futuro y hacia el bien, como lo propondría el mismo Séneca que aparece con Nerón en la obra antes reseñada de Barrón cuando dice "Enseñando se aprende", nos recuerda que hay que enseñar a quienes se empecinan en su analfabetismo tradicional. Después de este largo silencio que va camino del siglo, justo es que nuestras instituciones provinciales y todas las instituciones en cuantas secciones las actividades culturales cuentan, estén dispuestas a recabar con los debidos permisos, licencias y demás obligaciones los apoyos necesarios por conseguir que esa obra se exponga en Zamora.

Por respeto a la figura de nuestro paisano, y por su calidad artística, recuperar para su tierra una copia de ese grupo escultórico del emperador y del filósofo hará que quede constancia y se compense el injustificado silencio de un siglo con la figura de nuestro paisano Eduardo Barrón.