El fiscal Fungairiño no saldrá en la foto de la Audiencia Nacional. Quizás un día, por mor de la justicia inmanente que decía Azaña, figure su retrato en alguna galería de beneméritos servidores de la Justicia. Hoy, debe consolarse mirándose en el espejo del que dijo: "Amé la justicia y odié la iniquidad; por eso muero en el exilio". Fungairiño ha quemado gran parte de su vida profesional en la lucha de la Ley contra ETA que es iniquidad pura sin un solo atenuante. Ahora ha sido relevado por necesidades del guión que marca los tiempos y las tácticas, y señala los protagonistas. ¿Qué parte de autoría del guión es atribuible a ETA y sus cómplices? Con todo merecimiento, el defenestrado fiscal jefe de la Audiencia Nacional puede apuntarse a la asociación de víctimas de la banda terrorista. Aquí el que más pone más pierde, como demuestra que no es el momento de recordar. En nombre de una paz en el alero, se exige a las víctimas del terrorismo el sacrificio del silencio mientras los asesinos presumen de sus crímenes. Las gentes han perdido buena parte de su capacidad de asombro. Hasta el momento nadie ha recurrido al manido tópico de la alarma social que justificó los castigos a los guardias civiles de Roquetas. En un excelente reportaje de televisión el asesino del hombre al que debía su propia vida, no ha mostrado arrepentimiento: "lo mató porque lo que tenía que matar"; si puede recibir saludos amigos en la calle, ¿por qué no va a recibir clientes en su tienda instalada bajo la vivienda de la viuda del asesinado? Es lógico que el comentarista se pregunte ante la perversa declaración si piensa hacer algo Cándido Conde-Pumpido, Fiscal General del Estado. No todo vale si lleva a la renuncia de ETA a las armas: el fin nunca justifica los medios y no es justo ni honesto dar de lado a las exigencias de la justicia por intentar llegar a una meta más soñada que probable. Los atentados de la última serie acortan su frecuencia y aumentan los quilos de explosivos, las gentes del país vasco se desenvuelven en el acostumbrado ambiente de temor y el impuesto revolucionario se paga sin rechistar.

El bamboleo de la política ya es mareante. Vamos de tumbo en tumbo, se lamenta el Emérito, no salimos de un charco y nos metemos en tres. Por fortuna, no siempre se tropieza. El viaje del Presidente del Gobierno a Melilla y Ceuta hay que incluirlo entre sus más notables aciertos. Especialmente significativo me ha parecido el alegre y entusiasta baño de multitudes en Ceuta. Desde años

la ciudad vive en un espeso ambiente de tristeza y melancolía; sufre el mal de ausencias y sentimientos de desamparo. Es el primer presidente que en veinticinco años visita las dos ciudades españolas. Ni siquiera el quinto centenario de la fundación de Melilla fue motivo suficiente para que se acercaran altas autoridades de la nación; ni rey ni roque. Lo mismo ocurrió cuando Tenerife celebró los quinientos a los de su incorporación a la Corona de Castilla y de la fundación de Santa Cruz de Tenerife y San Cristóbal de la Laguna. ¿Tendría algo que ver con las ausencias oficiales el mapa que el rey de Marruecos exhibe como "reivindicación irrenunciable"?

El que calla otorga... si debe hablar, afirma un viejo aforismo. Es absolutamente cierto que Zapatero no da su asentimiento a la nota del gobierno marroquí; pero, ¿debió contestar reafirmando la españolidad de Ceuta y Melilla?

Se ha argumentado que la visita del Presidente del Gobierno es la respuesta más clara y contundente. Es obvia de toda obviedad la condición española de ambas ciudades, ha comentado la vicepresidenta Fernández de la Vega.

Pues claro está que sí; pero hay que decírselo sin tapujos ni temores al propio rey de Marruecos; cuando algo es negado sin fundamento es necesario reafirmarlo a gritos si es menester. Suena a broma de muy dudoso gusto o a indigente argumento apuntar, como ciertos comentaristas, que nadie se pregunta por la españolidad de Teruel. ¿Están seguros de que el moro no reclamará un día Zamora?

No existe la menor duda de que a los melillenses y a los ceutíes les hubiera confortado escuchar de labios del Presidente del Gobierno una rotunda reafirmación en respuesta a las reiteradas reclamaciones marroquíes. A Rodríguez Zapatero le aplauden su esperada visita que no justifica cobardías de otros; le agradecen sus promesas de fuertes inversiones y nuevos servicios y, sobre todo, el compromiso de que serán tratados como españoles. Sin embargo, después de tantos años vividos con pesimistas suspicacias, más de uno podría preguntarse si todo esto no será pan para hoy.