Sí, Moneo, el insigne arquitecto, viene a la ciudad a explicamos el proyecto que tiene preparado para la construcción del Museo de Baltasar Lobo. Ni que decir tiene que habrá resuelto con brillantez los problemas y el programa del nuevo edificio, una vez traspasada la dura coraza de la fortaleza medieval.

Pero a nosotros nos preocupa, y así se lo hemos hecho saber, el que la inserción del Museo se va a hacer en un medio que es, en la actualidad, como un limbo urbano, cada vez más apartado de los espacios de la vida de la ciudad, y como un eslabón perdido de una centralidad que ya es puro recuerdo.

Si el Ayuntamiento pretende que el Museo sirva como revulsivo, que incremente el interés por la zona mediante la incorporación de una pieza con un efecto multiplicador de la oferta artística, comete una equivocación, porque con ello sólo se va a aumentar el efecto distorsionador que sufre este entorno, que está abocado a convertirse en un espacio de congelación del pasado y mero marco para desfiles procesionales. A ello se añade el de no haber previsto infraestructuras que estarían en consonancia con las nuevas actividades previstas.

Estamos pues frente a los hechos consumados, y el de tener que creer y apostar por que el nuevo Museo venga a ser como el punto de partida para una renovación profunda de la zona y que encuentre su articulación con la ciudad, y en especial con su entorno más próximo. Por ello habrán de incorporarse sucesivamente nuevos proyectos y otros tipos de equipamiento relacionados con la vida cotidiana de los ciudadanos del barrio, en que se hagan explícitos los rasgos de su centralidad, a tono con los estándares actuales, y que hagan posible la vida con un grado de suficiencia y de autonomía que, hasta la fecha, brillan por su ausencia. La zona hasta ahora está relegada en las estrategias que deciden la permanente transformación pasada y actual de la ciudad.

El reto principal del proyecto sería, desde la óptica de su implantación en la vida de toda la ciudad, la de multiplicar su significado como estructura accesible y en continuidad con los espacios urbanos. ¿Cómo si no se va a neutralizar el peso muerto de los muros de la fortificación? Se trataría también de liquidar la condición aparte y especializada que se le adjudica al hecho artístico y propiciar una forma más de disfrute de los nuevos espacios que descubrirá, con toda probabilidad, el proyecto.

Esta transformación de su significado visual vendría a ser como el heraldo de una nueva época. De esta manera los ciudadanos, multiplicando gestos en el día tras día, al bajar de sus casas y encontrarse en el nuevo escenario, confirmarían en su interior la identidad que les devuelve la imagen de los antiguos y nuevos espacios y edificios renovados.

Hay un mensaje ético para todos los ciudadanos que debemos interiorizar, pues encierra la metáfora que se oculta detrás de la transformación de éstas y otras estructuras de la vieja ciudad. Y así, a la entrada de la nueva obra de arquitectura y para que quede marcada de forma perenne, habría que imprimir en la piedra, para que no se nos borre de la memoria, la pregunta que se hizo nuestro poeta esencial :

¿Cómo fortificar aquí la vida, si ella es sólo alianza?

Antonio Viloria es arquitecto y miembro del Foro Ciudadano de Zamora